2.- La fría y distante, ella.

357 36 0
                                    

VALENTINA

No tardo en ver a Sergio en la puerta del hospital con un traje de quirófano azul y una bata blanca, apoyado en la pared, muy concentrado en el iphone que tiene en una mano mientras se come unas m&m directamente del paquete que tiene en la otra.

—Hola —lo saludo con una sonrisa enorme. No he podido borrarla de mi cara desde que terminamos de hablar por teléfono.

Él alza la cabeza y me devuelve el gesto a la vez que se separa de la pared.

—¿Soy el mejor amigo del mundo, o no?

—Tu amigo, con el que voy a casarme, ¿es Luis? —le pregunto, burlona, apuntándolo con el índice.

—Lo pensé, pero lo descarté —contesta, divertido.

—Entonces, sí, eres el mejor amigo del mundo.

Los dos sonreímos de nuevo y Sergio me hace un ademán con la cabeza para que lo siga al interior del hospital.

—Sólo por aclarar: que Luis tuviera gonorrea dos veces el año pasado, fue pura casualidad —bromea—. Quitando eso, es un partidazo, lo que pasa es que no te lo mereces.

Abro la boca fingidamente indignada y le doy un codazo en el costado como respuesta. Sólo consigo que su sonrisa se agrande más y me pasa el brazo por encima del hombro.

—Te voy a seguir queriendo, aunque seas una mujer casada.

—Y yo a ti, pero nuestro amor es imposible —contesto, encogiéndome de hombros—. Sólo puedo pensar en Luis.

—¡Genial, porque también lo quiero! Nos haremos mormones, nos casaremos y nos mudaremos todos juntos.

Quiero responder a eso y seguir la broma, pero sencillamente no sé qué demonios decir y acabamos estallando en risas; así llegamos al ascensor.

—Como te dije, es alguien de la universidad —me explica mientras caminamos a la cafetería—.

Estudiamos en la misma universidad, pero ella se especializó en ingeniería aeronáutica.

¿Ella? ¿Qué?

Debe seguir bromeando.

Sergio saluda a dos médicos con los que nos cruzamos y extiende la mano para indicarme que giremos a la derecha.

—Recibió una beca muy importante para estudiar en una universidad en Los Ángeles —continúa—, y le perdí la pista. Pero hoy, por casualidad, me la encontré en...

Los audífonos me fallan y de pronto todo se queda en total silencio. Al ver que no sigo la conversación, Sergio se detiene y me aparta el pelo para mirar con detenimiento uno de los aparatos.

Odio cuando eso sucede. Lo odio con todas mis fuerzas. Tengo una pérdida de audición cercana al noventa y ocho por ciento en un oído y al noventa y siete en el otro, así que, cuando los aparatos dejan de funcionar, el mundo a mi alrededor se desvanece, aislándome, y esa sensación da demasiado miedo.

Un par de segundos después, cada sonido vuelve y dejo escapar el aire de mis pulmones, que había contenido sin darme cuenta.

—¿Con cuánta frecuencia te fallan los audífonos? —pregunta, revisándolos todavía.

—Muy seguido desde hace un par de semanas.

—Debes comprarte unos nuevos —me regaña, dejando caer el pelo sobre mi oreja. Siempre lo llevo suelto, no me gusta que todos se percaten de que soy una chica averiada—. Habla con tu hermana.

Clásico II JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora