3.- Difícil

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VALENTINA 


—¿Y cómo es? —me pregunta Sofía, mientras cuelga un portatrajes en una de las puertas de los baños.

Tuvimos que esperar a que el baño de la primera planta, donde está el registro civil, se quedara vacío y le pusimos seguro. Espero que la gente piense que está cerrado por limpieza.

—No lo sé —me sincero, encogiéndome de hombros. La primera palabra que me viene a la mente, es difícil—. Es... muy fría e intimidante.

Sofía, no deja de prestarme un solo segundo de atención, y suelta un silbido en clara traducción irónica de «a eso se le llama tener suerte, Valentina Carvajal», y se gira para abrir la funda. En cuanto empieza a bajar la cremallera, distingo el vestido y suelto un lastimero gimoteo.

—¿Blanco? —me quejo—. ¿Really tenías que elegir un vestido blanco?

—Vas a casarte —se excusa como si fuera obvio, y, en circunstancias normales, lo sería, pero es que éstas no son circunstancias normales, no es un matrimonio de verdad—. Además, como es mío —continúa a la vez que saca el vetsido y me lo pasa—, también es tu «algo prestado».

Pongo los ojos en blanco y agarro el vestido. Sé que luchar con la señorita Sofía Valverde en este tipo de situaciones es una batalla perdida.

Entro en uno de los baños individuales, cierro la puerta y comienzo a cambiarme.

—¿Por lo menos es guapa? —pregunta desde el otro lado.

Lo pienso un instante, aunque siendo justas, no debería. Es muy guapa y también muy atractiva. El problema es que se muestra tan distante que no te permite fijarte en ella de esa manera.

—Supongo que sí.

—¿Sólo lo supones?

Contemplo el vestido. Es MUY blanco, ni siquiera champagne o beige.

—¿En serio no trajiste nada más? —vuelvo a quejarme—. Es demasiado blanco. Entre eso y que me caso sin amor y en un matrimonio concertado, parece que acabo de escaparme de una novela como orgullo y prejuicio.

—Eso espero —replica, en absoluto arrepentida—. Así sabremos que tendrás un matrimonio muy movidito.

Abro la puerta y le hago una mueca. Pero no sirve de nada, ya que, al verme con el vestido, Sofía da unas palmaditas de felicidad y me jala para que vaya hasta el espejo.

—Ponte estos —me pide, sacando una caja de una de las bolsas sobre el lavabo y, de ella, unos bonitos zapatos planos blancos—. No pensarás que te iba a dejar casar en tenis —concluye. Obedezco y su sonrisa se agranda.

—Ahora vamos a maquillarte —me informa.

Me acerca a la ventana y, durante diez minutos, me pinta con detenimiento los ojos y los labios, y luego me espolvorea la cara. Yo le insisto en que quiero algo natural y suave, sobre todo al ver un pintalabios rojo pasión en su bolso, pero ella no hace caso.

Cuando termina, me da una pequeña pulsera, el «algo azul», y, como «algo viejo», le explico que puedo llevar mi pequeño colgante. Es muy sencillo, de plata, con un pequeño brillante de bisutería en forma de corazón. Me lo regaló mi mamá cuando tenía seis años y no podría alegrarme más de habérmelo puesto esta mañana.

—Pues ya estás lista —anuncia, extendiendo la mano para que me aleje de la ventana y me acerque al espejo.

Al ver el resultado, sonrío nerviosa y casi al mismo tiempo me muerdo el labio inferior. Aunque haya protestado, el vestido es precioso, de media manga y por encima de las rodillas, con el cuello de barco y lleno de flores también blancas de un suave encaje.

Clásico II JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora