6.- El trabajo

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VALENTINA 

Me giro y veo a Juliana avanzar hacia mí, limpiándose las manos con un grueso trapo blanco.

Sigue con los jeans y la playera blanca. Frunzo el ceño. Pensaba que, al ser ingeniera aeronáutica jefa y futura directora de la compañía, iría a trabajar un poco más formal.

—Lo siento. No lo hice a propó...

No me deja terminar la frase. Me agarra del brazo y me obliga a caminar, apartándonos de la pista.

—Sólo te pedí una cosa —gruñe—: que te mantuvieras alejada de los hangares. ¿Acaso estás sorda?

La última pregunta me hace sentir mal y culpable al mismo tiempo.

Giramos tras uno de los inmensos garajes y no tardo en distinguir su mazda entre todos los coches que hay aparcados a la sombra que proporciona el edificio. Juliana me suelta junto al carro y da un paso hacia la puerta del copiloto.

—No fue algo intencionado. Me perdí cuando buscaba el edificio de Seguridad —trato de defenderme—. Además, tampoco creo que sea para tanto.

Juliana abre la puerta y se detiene en seco. Entreabre los labios, intimidante, dejando escapar un fuerte suspiro, y se gira hacia mí al tiempo que aprieta la mandíbula y se lleva las manos a las caderas.

—Un avión en pruebas de once toneladas te sobrevoló la cabeza —susurra despacio, convirtiendo cada palabra en una advertencia—, y eres tan increíblemente ingenua de pensar que no fue para tanto.

—Si el avión se hubiera caído, creo que no serías tan buena ingeniera como piensas —replico. Juliana me fulmina con la mirada y automáticamente me arrepiento de lo que dije.

—Sube al coche.

—Estás exagerando —digo, encogiéndome de hombros y moviendo las manos—. Estoy bien. No soy ninguna niña, aunque tú lo pienses. Sólo buscaba el edificio de Seguridad y me perdí. Podría haberle pasado a cualquiera.

—Valentina.

—No voy a subir al carro hasta que te disculpes —digo, cruzándome de brazos y bajando la mirada.

No fue algo planeado, pero me alegro de estar dándole esta especie de ultimátum. Seguro que recapacita, entiende que sólo fue un error y podemos olvidarnos de esta conversación.

Sin embargo, al alzar la cabeza, me doy cuenta de que sus ojos, su expresión, toda su actitud en realidad, siguen mostrando una ira casi termonuclear.

—Sube al maldito coche —ruge, aún más malhumorada—. Ahora.

Trago saliva. Estoy enfadada, mucho, pero tengo la sensación de que ella lo está todavía más.

No es que le tenga miedo, creo, pero me parece que subir al carro, actualmente, es lo más inteligente. No obstante...

—No —sentencio.

No puede comportarse así. No puede tratarme así.

—Valentina —me advierte.

—No voy a hacerlo porque tienes que entender que... No duda.

Da un paso hacia mí, toma mi cara entre sus manos y me besa con fuerza, llevándome contra el carro. Gimo por la sorpresa. Sus labios recorren los míos, con un experimentado control y muchísima habilidad. No se parece al beso que me dio en el registro civil, pero, como aquél, el gesto está lleno de algo que hace que una mecha imaginaria se prenda en la punta de mis pies y estalle en mi estómago, liberando un centenar de mariposas.

Clásico II JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora