8.- La Fotografía

227 31 5
                                    

JULIANA 

La distancia es un escudo. Lo aprendí hace mucho tiempo.

He oído decir muchas veces que si no dejas a nadie entrar en tu vida, nadie podrá hacerte daño. Para mí no es así. Si no dejo a nadie entrar en mi vida, no podré hacerle daño a nadie. No me sentiré como una cabrona sin sentimientos después. El miedo no se hará más grande.

Valentina me observa con esos ojos azules muy abiertos y la expresión triste, incluso perdida. Me mira como si acabara de decir una monstruosidad, y puede que tenga razón, pero no por eso deja de ser verdad.

-No me conoces -repite casi en un murmullo, y suena cansada.

Juraría que lleva luchando la misma pelea demasiado tiempo. Tiene razón. No la conozco. No sé por qué se comporta como una niñita asustada, por qué es tan tímida, pero lo es, y eso es lo único que cuenta aquí. No tiene ninguna oportunidad de sobrevivir en esta situación, por eso es un error, y por eso sigo conservando un boleto de avión para ella a México.

En la mañana, cuando la vi en mitad de la pista de prueba de los hangares, creí que iba a volverme loca. Podría haberle pasado cualquier cosa, incluso un accidente demasiado grave, pero ella se empeñó en tratar de explicarme una y otra vez que no ocurría nada, que sólo se había equivocado de camino.

¿Acaso no se da cuenta del peligro?

Por eso, cuando llegué del trabajo y no la encontré en casa, cuando su turno había terminado hacía horas, no podía dejar de pensar que le había pasado algo o que se había metido en otro lugar donde no debía estar.

Me obligo a seguir caminando, me subo al coche y me voy sin mirar atrás.

Tengo que reconocer que besarla no fue una buena idea. Con sinceridad, lo hice porque me estaba poniendo de nervios y, cuando la vi de pie junto al coche, con los puños cerrados, enojada, ni siquiera lo pensé. Lo que no calculé fue que me gustara. Por eso después estaba de mal humor, y por eso tuve con Charles menos paciencia de la que suelo tener, aunque ésa es la última de mis preocupaciones. Sólo es un pendejo que cree que, por ser hombre, blanco y llevar traje, puede tratar peor a las personas que no cumplen esas estúpidas características. Se merece una puta golpiza.

Sin ni siquiera darme cuenta, llego al Amelia's Earhart's Livin' Room, el bar de la compañía; supongo que es obvio cuánto nos gustan los aviones aquí.

-¡Flamante esposa! -grita Dan al verme entrar.

Sonrío y camino hacia la mesa donde está sentado con Dina. Miro a Archie, el camarero, que también es el dueño del local, un expolicía pelirrojo, con barba y cara de pocos amigos, que asiente rápido, indicándome que en segundos me lleva mi cerveza.

-Pensaba que estarías en tu casita -Dan empieza a hostigarme en cuanto estoy cerca -, con tu mujercita, decidiendo el nombre de sus hijos.

Ni siquiera lo escucho y tomo asiento junto a Dina. Mi cerveza llega justo a tiempo. Apoyo los codos en la vieja mesa y, le doy un trago.

Llegué a la compañía hace dos años. Dan fue la primera persona a la que conocí; era nuevo como yo, y nos ayudamos a acostumbrarnos a esto, a tener a alguien cuando no tienes cerca a nadie más. Es mi mejor amigo.

Dina apareció unos meses después y decidió que iba a convertirse en mi hermana mayor; no se lo pedí, incluso me negué, pero le importó poco.

-No te voy a negar que me sorprendió -le sigue Dina -. ¿Por qué no nos contaste nada?

-Porque no hay nada que contar -replico, esforzándome en sonar indiferente.

Es una técnica que llegué a dominar con los años. No les he contado que el matrimonio con Valentina es sólo un acuerdo con fecha de caducidad. Confío en ellos, pero es una decisión que tomamos nosotras y nos pertenece solo a nosotras. Supongo que podría decirse que soy una persona reservada.

Clásico II JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora