PARTE 5 (y final)

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"0 segundos..."

—¡Lo logré! —gritó Charlie, sus pies tocando el tronco en el momento mismo en que restaba para que el tiempo se terminara.

De inmediato se escuchó el ruido de una fuerte trompeta mágica haciendo fanfarrias, y una lluvia de confeti cayó sobre el ganador.

—¡Sí, Charlie! —la Conejita lo felicitó, levantándolo en sus brazos y bailando junto con él en el claro—. ¡Eres el CAMPEÓN ABSOLUTO! —le dijo, dándole un beso en la mejilla.

Charlie sonrió contento y se sonrojó, sintiendo la suavidad del pelaje de la Coneja dentro de aquel maternal abrazo.

—Pero... —dijo entonces la Conejita, bajando la voz en un tono serio. Volvió a colocar a Charlie en el suelo—. Habrás encontrado los cinco huevos... pero no EL SEXTO.

—¿Q-qué...? —dijo el confundido Charlie, levantando una ceja—. ¿Cómo que un Sexto Huevo? ¡No me habías dicho que había un Sexto!

Charlie empezaba a exasperarse. Se sentía traicionado por la Conejita.

—Sí. No lo hice —la Conejita de Pascua confesó—. Y eso es porque el Sexto Huevo no sirve para nada... —dijo, sacando de entre sus ropas un brillante HUEVO DORADO.

Los ojos de Charlie se clavaron en el trofeo. Con ese color dorado, parecía digno del Campeón Absoluto.

—¡Pero yo soy el Campeón! —reclamó, estirando un brazo para tomarlo—. ¡Quiero tener TODOS los huevos!

—Sí, eres el mejor. Pero este huevo no lo querrás —le advirtió la Conejita, retirando el Huevo Dorado del alcance de Charlie—. Créeme. No querrás saber qué es lo que hace...

Pero los ojos de Charlie ya estaban llenos de aquel brillo dorado. Ahora Charlie estaba obsesionado. Debía tenerlo. ¡Tenía que ser suyo!

—¡SÍ! ¡Sí lo quiero! ¡Yo soy el REY DE LA PASCUA! —exigió Charlie.

—¡Dije que no...! —la Conejita lo rechazó rotundamente, sosteniendo el huevo entre sus brazos. Y dando un salto hacia atrás, regresó a meterse dentro de su agujero.

Charlie corrió a aquel hueco dentro del árbol, pretendiendo meter sus manos ahí para sacar a la Coneja como quien saca a un conejo del sombrero. Pero en cuanto llegó hasta el tronco del árbol, el hueco se selló mágicamente y desapareció.

—¡No es justo! ¡NO ES JUSTO! —Charlie cayó de rodillas a los pies del árbol, mientras lo golpeaba con los puños—. ¡Yo gané! ¡YO GANÉ! —sollozó Charlie, y cayó sobre el pasto, en un charco de lágrimas.

Sin que Charlie lo supiera, la Conejita solo se había hecho invisible y lo seguía espiando. Mirando aquella patética escena, un chico de 10 años, en pañal desnudo, llorando a mares sobre el césped, la Conejita sonrió complacida.

—Okey, cariño... entonces te daré lo que me pides —dijo, su voz sonando espectralmente en el prado.

Escuchando aquella voz venir desde quién sabía dónde, Charlie dejó de llorar y levantó la cara, sorprendido:

—¿Eh? ¿En serio?

La Conejita de Pascua volvió a hacerse visible, saliendo de su agujero, y caminando hacia Charlie se agachó y lo tomó por la barbilla, mientras él seguía tirado panza abajo en el suelo.

—Sí. Pero solo te lo daré si en verdad lo quieres MÁS QUE A NINGUNA OTRA COSA EN EL MUNDO —le ofreció la Conejita.

Con tan bella chica acariciando su barbilla, Charlie no pudo resistirse.

Charlie y la Conejita de Pascua (AR/TG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora