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—Ana, no puedo evitarlo —. Dijo un hombre —Desde el momento en que te vi, supe que eras diferente.

—Marcos, tú también eres diferente. Eres amable, inteligente, divertido... —Contestó la mujer frente a él.

—Y tú eres hermosa, elegante y misteriosa. —. La pareja se encontraba en una pérgola que se alzaba majestuosa en el corazón del campo, un oasis de sombra y frescor en medio del mar verde que la rodeaba durante el calor del mediodía. Sus pilares de madera rústica se elevaban hacia el cielo, sosteniendo un techo de enredaderas trepadoras que formaban un dosel natural. Las hojas, de un verde intenso, se agitaban con la suave brisa, creando un juego de luces y sombras que se proyectaba sobre el suelo de tierra.

En el interior de la pérgola, un ambiente de paz y tranquilidad invitaba al descanso. Un banco de madera corría a lo largo de uno de los lados, ofreciendo un lugar perfecto para sentarse a contemplar la belleza del paisaje. Un par de hamacas colgadas de los pilares se balanceaban suavemente, meciéndose al ritmo del viento. En el centro de la pérgola, una mesa de madera rústica con sillas invitaba a disfrutar de una comida al aire libre o a perderse en una conversación bajo la sombra.

Alrededor de la misma, la naturaleza se expandía en todo su esplendor. Árboles frutales cargados de manzanas y naranjas se alzaban a pocos metros, ofreciendo su fruto a los visitantes. Flores de colores vibrantes, como margaritas y girasoles, salpicaban el campo, atrayendo a mariposas y abejas que revoloteaban con alegría. Un pequeño arroyo serpenteaba por la pradera, sus aguas cristalinas reflejando el cielo azul.

—Ana —. Balbuceó aquel hombre que, para no perder el contacto visual por los nervios aplicaba una técnica que su padre le había enseñado, la cual consistía en fijar la atención a uno de sus ojos y, pasados unos segundos, al otro. —¿Puedo besarte?

—¡Corte! —gritó una voz detrás de las cámaras que los estaban filmando. —No me gusta, necesito que se vea más natural, Pablo, que se noten las ganas de besarla.

El actor hizo un gesto de cansancio, frotó sus manos en su cara en señal de frustración.

—¿Qué le pasa hoy a Eduardo? —Le susurró a Lucía, la mujer de 35 años que interpretaba a Ana en la película en la que estaban trabajando.

—No estoy segura, pero no lo soporto. —Respondió la chica con el ceño fruncido —. Hace un tiempo trabajé con el y no era así.

Ambos se miraron con desánimo. El ambiente era tenso y se estaba cargando poco a poco con una energía hostil.

Tras varios intentos de grabar la misma escena, Eduardo seguía insatisfecho con el resultado.

—¡No! ¡No! ¡Otra vez! ¡No me convence esa mirada! ¡Necesitamos más intensidad, que parezca que se aman! —Expresó interrumpiendo la décimo segunda toma. —¡Que parezca una conversación!

—Perdón Eduardo, estoy haciendo lo mejor que puedo —. Rebatió Pablo.

—Tu "mejor posible" no me sirve, ¡Transmitime alguna emoción! No les pido mucho. —Respondió el director notablemente estresado.

—Es más difícil si tengo a un tipo gritándome todo el tiempo —. Replicó Pablo

—¿Te cuesta tanto concentrarte? ¡Sos un actor profesional! Mostrame que tenes algo de pasión —Rugió Eduardo intentando dañar el ego de su actor principal.

—¿Por qué no tomamos un descanso? Todos estamos un poco cansados —. Propuso Lucía intentando disminuir la tensión en el ambiente.

—¿Cansados? ¡Yo no estoy cansado! Tenemos que hacer esta escena antes de que baje el sol ¡No estoy para boludeces! ¡Quiero que se concentren y den lo mejor de ustedes! — Exclamó Eduardo para luego fulminarla con la mirada y ordenar que sigan con la escena.

El ciclo de las almas tristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora