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Elian despertó a las 7 AM con el sonido insistente del despertador, un pitido constante que se filtraba a través de la neblina de su sueño, pero no lograba romperla por completo. Abrió los ojos lentamente, mirando hacia el techo de su habitación. La pintura, una vez blanca, ahora lucía un tono grisáceo, manchada por el tiempo. El aire en la habitación era denso, cargado de una ligera frialdad que parecía haberse filtrado durante la noche, mezclándose con un leve olor a humedad. La habitación de Elian era pequeña, con paredes desnudas deslucidas y salpicadas con manchas de humedad que se extendían como sombras en los rincones. La pintura se descascaraba en algunos lugares, dejando al descubierto parches de yeso desnudo, que añadían un aire de abandono al ambiente. El suelo de madera, una vez pulido, estaba ahora cubierto por una capa de polvo y suciedad acumulada. Sobre él se extendía un laberinto de ropa desordenada, medias desparejadas, camisetas arrugadas, y pantalones que habían sido tirados sin pensar dos veces. Una vieja alfombra, que alguna vez pudo haber sido de un color vibrante, estaba ahora desteñida y desgastada, sus bordes deshilachados se curvaban hacia arriba, acumulando aún más polvo. Las cortinas, gruesas y pesadas, colgaban sobre una ventana que dejaba entrar poca luz natural. Eran de un color oscuro y opaco, bloqueando gran parte de la claridad exterior, y su textura gruesa parecía absorber la poca energía que entraba en la habitación. Elian rara vez las abría, permitiendo que la penumbra prevaleciera en el espacio. El mobiliario de la habitación consistía en lo básico: una cama individual con un colchón que había perdido su forma, cubierto por sábanas revueltas que rara vez se cambiaban. Las sábanas, de un color indistinguible entre gris y beige, estaban arrugadas y amontonadas, formando un nido en el que Elian pasaba la mayor parte de sus horas. Junto a la cama, una mesita de noche se tambaleaba bajo el peso de varios libros amontonados, algunos abiertos y otros con las páginas dobladas, como si hubieran sido abandonados a mitad de lectura. Un vaso con agua de varios días y una lámpara de pie con la bombilla quemada completaban la escena. En la esquina de la habitación, un escritorio de madera oscura se veía abarrotado. Papeles y cuadernos desparramados cubrían la superficie, algunos con manchas de café seco, otros con garabatos que alguna vez podrían haber sido ideas. Encima del escritorio, una computadora portátil descansaba cerrada, cubierta de polvo, como si llevara días sin ser utilizada. Las estanterías sobre el escritorio estaban llenas de objetos acumulados sin orden: cajas vacías, un reloj detenido, y más libros que parecían estar allí solo para ocupar espacio. El aire en la habitación era estancado, con un leve olor a humedad mezclado con el rancio aroma de la ropa usada y el polvo acumulado. Había una sensación de pesadez en el ambiente, como si el tiempo se hubiera detenido y la vida misma hubiera abandonado el lugar.

Elian se quedó acostado, sin prisa alguna por levantarse. Los minutos pasaron sin que él hiciera un movimiento, escuchando el sonido distante de la ciudad despertando fuera de su ventana. No había urgencia en su cuerpo, solo una pesada indiferencia que lo mantenía pegado al colchón. El pitido del despertador continuaba, pero para él era solo un ruido más, un recordatorio de la monotonía que lo esperaba al otro lado de las sábanas. Finalmente, después de lo que parecieron horas pero solo fueron veinte minutos, se sentó en la cama. Sus pies descalzos tocaron el suelo frío, y por un momento, permaneció así, mirando al vacío, sin energía, sin motivación. A su alrededor, la habitación era un reflejo de su mente: caótica, desordenada, y sin un propósito claro. Con un suspiro, Elian se levantó, arrastrando los pies hacia el baño para comenzar su rutina, sabiendo que el día sería como todos los demás, una sucesión de actos mecánicos.

Elian era un chico de mediana estatura con cabello negro y corto, ligeramente desordenado. Su rostro era anguloso con pómulos marcados y una mandíbula definida. Sus ojos, oscuros y algo cansados parecían perderse en la distancia, como si estuvieran siempre pensando en otra cosa.Su piel era clara, con una ligera sombra de barba que aparecía por descuido más que por estilo. Aunque su apariencia era delgada, su complexión sugería resistencia física, como alguien que no cuidaba demasiado su cuerpo pero ocultaba una energía contenida. Cuando salió de su habitación cerró la puerta tras el con un ligero chasquido, y el sonido pareció resonar en el silencio del apartamento. Al cruzar el pasillo, se encontró con Julián, su compañero de alquiler, que estaba en la cocina, sirviéndose café en una taza ya gastada por el uso. El cual lo miró de reojo, intercambiando un saludo vago, apenas un gesto con la cabeza. Era una rutina que ambos habían perfeccionado con el tiempo; conversaciones mínimas, solo lo necesario. Julián era un tipo delgado, con el cabello oscuro y desordenado, siempre vistiendo la misma camiseta arrugada y unos pantalones deportivos que parecían no haber visto la lavadora en días. Había sido un estudiante como cualquier otro, pero los gastos del alquiler en esa zona de Buenos Aires lo habían empujado a buscar a alguien con quien compartir los costos. Así fue como Elian apareció en su vida. No eran amigos. Julián sabía que su compañero había dejado el orfanato hace casi diez meses, buscando desesperadamente salir de ese lugar y ganar algo de independencia, aunque eso no significara que realmente quisiera estar allí. Ambos jóvenes habían coincidido por pura necesidad, no por elección, y eso se sentía en el ambiente. Julián se había acostumbrado a la indiferencia de Elian, a su forma de vagar por el apartamento sin decir una palabra, solo presente en cuerpo, pero ausente en todo lo demás. La relación era funcional y distante, casi mecánica. Compartían los gastos y, a veces, la televisión en la sala, pero nunca cruzaban más de tres frases al día. Y eso le venía bien a Elian. No tenía interés en formar lazos ni conocer más de Julián que lo estrictamente necesario. De hecho, todo lo que sabía de su compañero de piso era que estudiaba en una universidad cercana y que trabajaba medio tiempo en una tienda. Lo que era suficiente.

El ciclo de las almas tristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora