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Victoria se sentó en su cama con el teléfono en la mano, mirando la pantalla mientras esperaba que Pedro atendiera. Finalmente, la llamada se conectó y la voz familiar, algo apagada por el cansancio, se escuchó del otro lado.

—Hola, Vicky —dijo Pedro con un tono suave, pero cansado.

—Hola, Pedro. ¿Cómo te sentís hoy? —preguntó ella, tratando de sonar optimista.

—Mejor... creo. Aunque, bueno, hay algo que quiero contarte —respondió, haciendo una pausa que de inmediato inquietó a Victoria.

—¿Qué pasa? —preguntó con una ligera tensión en la voz.

—Hablé con los médicos. Todavía no mejoré lo suficiente... y me dijeron que voy a tener que quedarme un mes más aquí.

Victoria apretó los labios, conteniendo la mezcla de tristeza y frustración que le provocaba escuchar esa noticia. Había esperado que Pedro pudiera volver pronto a casa, pero ese sueño se desmoronaba nuevamente.

—¿Un mes más? —preguntó, tratando de asimilarlo.

—Sí, ya sé, no es lo que esperábamos... —Pedro intentó sonar fuerte, pero se notaba su resignación—. Pero bueno, lo importante es que están vigilando todo. No quiero que te preocupes, esto solo es una precaución.

Victoria suspiró, mirando al suelo mientras jugaba con los bordes de su bufanda rosa, buscando consuelo en ese pequeño gesto.

—Claro, lo entiendo... Solo quiero que estés bien, Pedro. —Su voz tembló ligeramente, pero no quiso mostrar demasiada debilidad.

—Lo sé, lo sé, Vicky —respondió Pedro—. Y estaré bien, no te preocupes por mí. Cuidate vos también, ¿de acuerdo?

—Lo haré —dijo, aunque por dentro sentía que nada iba bien.

Se despidieron con palabras de aliento, pero cuando la llamada terminó, se quedó en silencio, mirando su reflejo en la ventana. El peso de la noticia se asentaba lentamente en su pecho. El aire de la habitación se sentía más denso, más sofocante, mientras intentaba mantener la calma y procesar todo lo que acababa de escuchar. Apretó los labios, conteniendo la mezcla de tristeza y frustración que le provocaba escuchar esa noticia. Había esperado que Pedro pudiera volver pronto a casa, pero ese sueño se desmoronaba nuevamente.

El viernes pasó lentamente, y cuando la oscuridad de la noche finalmente cubrió la ciudad, Victoria apenas pudo conciliar el sueño. La conversación con Pedro seguía dando vueltas en su mente. Pero al amanecer del sábado, algo dentro de ella cambió: tenía un propósito para ese día. La capilla la llamaba, y junto a Elian, sentía que era el momento de enfrentarse a lo desconocido.

Victoria se levantó temprano, sintiendo una mezcla de ansiedad y determinación. Caminó hasta su armario y sacó su ropa: un par de jeans ajustados, una camiseta blanca y su infaltable bufanda rosa, un accesorio que le daba un toque de color en contraste con la incertidumbre que se cernía sobre ella.

Mientras desayunaba en silencio, sus pensamientos giraban en torno a la capilla y a lo que podían encontrar allí. La imagen de sus sueños volvía a ella, mezclándose con la sensación de vacío que la acompañaba desde que Pedro le había dado la noticia la noche anterior.

Una vez lista, revisó su celular para asegurarse de que Elian ya estaba en camino. El mensaje de él confirmaba que la esperaría en la parada de colectivo. Tomó su mochila, guardando dentro una linterna y su cámara, un acto casi automático, como si su mente subconsciente ya supiera que podrían ser útiles.

El cielo de la mañana estaba despejado, pero el aire se sentía fresco, anunciando que el otoño se asentaba poco a poco. Al llegar a la parada, vio a Elian, con las manos en los bolsillos, luciendo su desordenado cabello negro. Se notaba relajado, pero Victoria sabía que él también estaba sintiendo el peso de lo que estaban por hacer.

El ciclo de las almas tristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora