CAPÍTULO 6

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Los siguientes diez días estuve encerrada en la enfermería. Carmen se pasaba de vez en cuando para decirme que María La Directora estaba muy enfadada conmigo. Decía que mi "comportamiento era totalmente inapropiado y estaba pensando una consecuencia suficientemente acordes a mis actos."

No tenía del todo claro cuáles eran mis actos. ¿Recibir una broma demasiado cruel que me había trastocado la cara?

Qué gran acto que mereciese severas consecuencias...

Como volvía a estar castigada sin clases – creo que en total asistí a diez clases durante los once años que permanecí en la casa del terror – tenía "libertad absoluta" para hacer lo que quisiera por las mañas que, básicamente, se resumía en permanecer en la enfermería atenta por si alguien pasaba para fingir que estaba súper enferma.

Durante estos diez días ni vi a Jacob ni me vi a mí misma. Efectivamente, no soportaba la idea de verme con la cara llena de cicatrices que jamás me abandonarían.

Apenas recordaba la forma de mi cara, el grosor de mis mejillas o el color de mis ojos.

El decimoprimer día alguien apareció en la sala sin previamente llamar y tuve que pegar un salto para llegar hasta mi camilla y taparme hasta las orejas.

Era Jacob.

- Amor. – Susurró. ¿Cuánto hacía que no escuchaba ese apelativo? Lo había echado de menos.

- ¿Jake? ¿Qué haces aquí?

- Me parecía raro que en casi dos semanas no hubieses pasado por nuestro rincón y... - Cuando me vio se quedó en silencio unos segundos. - ¿Qué te ha pasado?

Se acercó a mí y me inspeccionó la cara. Me cogió por la barbilla y me movió ligeramente.

- Valentina, ¿qué te ha pasado? – Repitió, esta vez llamándome por mi verdadero nombre.

- Ha sido... Fue un accidente. – Logré articular.

No sabía por qué no había sido sincera. Creo que en ese momento me avergoncé de lo ocurrido, lo que resulta totalmente injusto pues yo no tuve la culpa de nada.

- ¿Y cómo te lo hiciste?

- Jacob, estoy bien, de verdad, no tienes de qué preocuparte, ¿vale?

- Claro que me preocupo, Valentina. Llevas días sin aparecer ni en la biblioteca ni el rincón de las escaleras. Me he asomado varias veces al comedor y tampoco te he visto. No podía preguntar a nadie por ti y ya no sabía qué hacer y, de repente, se me ocurre venir aquí y te encuentro... así. – Esa última palabra no sabría identificar con qué tono la dijo. Yo lo recibí mal, muy mal. Pensaba que él también se avergonzaba de mi aspecto.

- Entonces tal vez no deberías haberte preocupado. – Respondí muy a la defensiva.

- No, Amor, no. Escúchame. Quiero ayudarte, pero tienes que decirme qué ha pasado.

Nos quedamos en silencio unos segundos, él esperando a que yo le explicase lo sucedido y yo debatiéndome sobre qué debía decir y qué no. Al final me limité a hablar, sin seguir un orden o estructura concreta, proporcionándole la información tal y como yo misma la había recibido.

Tuve que repetirle varias veces que me habían caído los vidrios de un espejo a la cara y por eso la tenía magullada. No se lo quería creer.

- Esas tres son lo peor. – Murmuró con los dientes apretados, tanto que debía dolerle.


Durante las siguientes semanas estuve con Jacob un rato por la mañana. Fue una auténtica casualidad que justo cuando él se recuperó de su fuerte resfriado fuese yo la que aparecía en enfermería.

Una sombra tras el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora