CAP I

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"Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos"

Viktor Frankl

Recuerdo muy bien el día que supe que mi madre habia enfermado. Nos encontrabamos en unas vacaciones, que hasta aquel momento eran gloriosas. El sol brillaba mas que nunca y realmente, el cielo se encontraba tan azul como el topacio azul. 

Habíamos decidido ir a comer un helado debido al eminente calor que azotaba las calles, llegamos a la heladeria y mi hemana pidio un helado de menta chip, mientras que yo pedí uno de fresa, mi madre no quiso nada. 

Solamente dimos dos pasos fuera de la tienda y la mayor de las tres se desplomo en medio de la calle. No olvidare nunca la mirada de pánico de mi hermana, seguramente se igualaba a la que portaba yo en ese momento. Llamamos a una ambulancia y rapidamente llegaron. Alli solamente atribuyeron el desmayo al inmenso calor que estaba haciendo, ya que no era la primera persona que llegaba desmayada ese día, gran error dejarla salir sin hacerle las pruebas pertinentes.

La segunda vez que se desmayo ya nos encontrabamos la casa, justo en medio de la sala. Se encontraba sola, ya que mi hermana y yo estabamos en el colegio. Al parecer, al desmayarse hizo semejante ruido que alerto a los vecinos. Cuando llegamos mi hermana y yo a la casa, la señora Jimenez (una señora ya mayor que vino de México a Estados Unidos buscando una mejor vida y nos había cogido mucho cariño) nos dió la noticia de lo que había pasado. Resulta que mi madre poseia una enfermedad cardiaca hace varios años ya, pero habia preferido no decirnos nada. 

Solo 4 meses más la tuvimos con nosotros antes de que la tragedia tocara a nuestra puerta. Mi madre falleció un viernes, bajo una tormenta tan feroz que era capaz de asustar hasta el más tenaz. Recuerdo que los rayos, aunque majestuosos, parecian partir el cielo nocturno a la mitad. 

No sabemos aún quien advirtió a mi padre del suceso terrible, pero en menos de 24 horas, se encontraba con nosotros, ayudandonos a recoger nuestras pertenencias para mudarnos a su casa. 

Al principio mi hermana se negaba a irse con, para ella, un completo desconocido, ya que la ultima vez que vio a este señor, ella apenas tenía 8 escazos años, considerando que estaba a punto de cumplir los 14, ya habia pasado un tiempo considerable. Siento que a día de hoy, solamente se resigno, que aun no lo ha aceptado completamente. 

En cuanto a mi, me resigne desde un primer momento, se que a parte de nuestro padre, no tenemos a nadie más en este mundo, y, honestamente, prefiero irme con él a que servicio social me separe de mi hermana. 

– Storm y Rain – salió una señora menuda, de cabellos tan grises como una nube de tormenta y los mismos ojos grises que poseíamos mi hermana y yo –: Mis hemosas niñas, parece que ha pasado una eternidad desde que no nos vemos.

– Abuela Magda. Es un placer verla luego de tanto tiempo – dije con una genuina sonrisa en mi rostro.

No recordaba haber pasado mucho tiempo con ella, sin embargo, lo poco que lo hacía, me venía a la mente una señora amable, que siempre me daba galletas de chocolates y caramelos a escondidas de mis padres, que siempre estaba dispuesta a ir en mi ayuda cada vez que de niña, debido a mi enorme torpeza, me lesionaba, en general, la recordaba como una señora muy amable.

– No debes de ser tan formal conmigo Storm – dijo con una sonrisa en su rostro, la cual hacía que las arrugas en su rostro fueran aún más notorias –: soy tu abuela al fin y al cabo.

Rain aún no había dicho una palabra desde que nos montamos en el auto viejo de mi padre, y dudaba mucho que en los próximos días dijera alguna palabra.

– Mamá, las niñas deben de estar cansadas – dijo una voz estridente por detrás de nosotros perteneciente a mi padre –: déjalas que vayan a sus habitaciones.

Mi padre, un señor cincuentón, que se mantenía muy bien si se me permite decirlo, cargó nuestras maletas como si no pesarán nada y comenzó a subir las escasas escaleras que se encontraban frente a nosotros.

Mientras el nos llamaba para que lo siguiéramos, me detuve un momento en apreciar la casa.

Su color azul no pasaba desapercibido ante la vista de nadie, sumándole a la gran puerta roja principal que adornaba justo el medio de la casa. Sus dos pisos hacía que se viera imponente ante las casas de su alrededor, de un solo piso.

– Storm, no se que esperas allá afuera, pero entra ya que debe de estar a punto de empezar a llover – llamo por segunda vez mi padre.

– Ya voy – contesté y me apresure en entrar.

Seis escalones subí antes de entrar en la casa, y, honestamente, si la casa se veía fea (debido al color azul) por fuera, por dentro era todo lo contrario.

Lo primero en recibirme fue la sala de estar, sus paredes se encontraban pintadas de un blanco mármol que le daba cierta elegancia. Una hermosa mesa en el centro, adornada con un florero, en el cual se encontraban unas flores que se notaban frescas. El sofá y los butacones (todos de color negro) hacían un contraste excelente con lo blanco de la pared.

Y encima del sofá que se encontraba en el medio, pegado a la pared, se podía apreciar un retrato de Ran, justo al lado de un retrato mío.

– Son unas fotos preciosas. ¿A que si? – pregunto mi abuela, dándose cuenta de que me había quedado absorta mirando los cuadros.

– Realmente lo son. ¿Siempre los tuvo aquí? – pregunté interesada.

– No, no siempre, cuando a tu madre le concedieron la custodia completa, tu padre estaba devastado. Comenzó a beber mucho. Esa situación me tenía muy alarmada, así que me puse en contacto con tu madre, le pedí dos fotos, una de cada una de ustedes.

– ¿Funcionaron para algo? – mi abuela suspiró.

– Al principio, no mucho, luego, cada vez que veía sus retratos, tomaba aún más, y un día, como si fuera magia, dejó de tomar de repente, ya que tenía como meta...

– Vale mamá – entro de repente mi padre en la conversación –: creo que fueron muchos detalles por hoy. Storm, vamos, ya tu hermana está instalada en tu habitación, te llevare a la tuya.

Asentí y una vez el comenzo a subir las escaleras, yo fui tras él. 

– Me alegra que tú y tu hermana estén aquí – dijo mi padre.

– ¿A si? – pregunté escéptica

– Lo creas o no, las extrañaba demasiado.

– Si ese era el caso. ¿Porque no fuiste a vernos nunca? – un deje de reproche se oía en mi voz.

– No fue por desicion propia, créeme.

– Dame solo una excusa creíble del porque nos abandonaste tanto tiempo.

Frank me miró, sus ojos demostraban una rabia increíble, pero sabía que no era conmigo, si no con él mismo.

– ¿Quieres saber porque no pude ir a verlas ni una sola vez en todo este tiempo? Te lo diré Storm.

My Little StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora