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Una semana más tarde Emma estaba mucho mejor. Los primeros días había estado confinada en su habitación por orden del conde para que no vieran el estado en el que la había dejado.

Solo Greta, aquella fiel doncella que la estaba ayudando en secreto, era la única que podía acceder a la recámara para curar sus heridas, preparar el baño y llevar su comida.

Ni siquiera su hijo tenía el permiso de ir a visitarla y cerciorarse de que estaba bien. Por lo poco que sabía era que Hans le había mentido diciéndole que Emma lo había agredido primero y él había tenido que defenderse.

¿Ethan habría creído aquello?

No era un niño tonto, puede que en su inocencia lo aceptara, pero debía ser consciente que ella no incitaba la violencia jamás. Esperaba de corazón que confiara en que su madre no era la villana de la historia porque iba a necesitar que la tuviera en buena estima para que su plan de esa noche funcionara.

El señor Horan había respondido a su llamado y estaba dispuesto a tenderle la mano. Le había enviado instrucciones muy precisas de lo que debía hacer para escapar de aquella casa sin levantar sospechas.

Al principio había estado muy asustada puesto que sus anteriores intentos habían resultado en fracasos absolutos, pero ahora no estaba sola. El abogado y la criada estaban de su lado y si todo salía bien entonces no tendría que preocuparse nunca más por su esposo.

No había otra solución a su problema. Hans no iba a cambiar, no le permitiría marcharse y menos con Ethan. Y ella no iba a permanecer en la vivienda aguardando a que la volviera a golpear o peor aún, que el barón Marshall consiguiera lo que quería con su hijo.

El sol se había escondido minutos antes y el ruido en el piso inferior era la indicación que esa noche había otra reunión. Horan había tenido que sobornar a uno que otro sirviente sin revelar su identidad y había obtenido información propicia para elaborar el plan de escape.

Emma se levantó con cuidado de la cama y caminó con lentitud hasta el armario. Había recobrado la movilidad casi que por obligación. Cuando leyó la misiva del abogado, recuperó las fuerzas necesarias para participar en la huida y que no se retrasaran más de lo debido. El anciano le había prometido que su seguridad y la de su hijo no estarían comprometidas, pero si algo salía mal ella tendría que ingeniárselas e intuía que habría algún inconveniente en el proceso.

Tenía puesto un vestido sencillo que no requería de corsé o botones que abrochar en la espalda. Cada paso era una tortura que se sentía en todo el cuerpo, pero estaba dispuesta a ignorar las constantes punzadas con tal de no volver a sentirlas en su vida.

Un poco más. Solo unas cuantas horas en esa pesadilla y entonces sería libre. No tendría que tener miedo nunca más y Hans no le pondría ni un dedo encima.

Iría a Durham, en el norte, reclamaría la herencia de su padre y por fin tendría tranquilidad. Debía aprovechar que su esposo no tenía el conocimiento de sus nuevas propiedades. Los kilómetros que pondría de distancia iban a ser suficientes mientras se asentaba allí y cubría su rastro. El señor Horan también se encargaría de eso. Había tenido que comprar la palabra de varias personas para que en el futuro difundieran mentiras acerca de su paradero.

Cuando Hans los buscará no sabría ni por dónde empezar y eso le daría una ventaja enorme para definir en dónde iniciar de cero. Tenía claro que se iba a instalar en un lugar lejano y poco conocido en dónde nadie se cuestionara su procedencia.

Había cosas que no podía evitar y teniendo en cuenta lo creativo que era su hijo, en algún momento Ethan podría echar a perder todo. Por ello debía explicarle que ya no serían parte de la nobleza, que él no sería conde de Surrey y tampoco iban a volver. A ella no le agradaba la idea de quitarle lo que le pertenecía por su derecho de nacimiento, sin embargo, cuando creciera, Emma estaba segura de que se lo agradecería. Estaba haciendo todo eso por su bienestar y lo entendería.

Un Conde En Mi Camino - Lambton #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora