Una promesa que cumplir

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Cuando reuní el valor para declararme a la niña más guapa e inteligente de toda la clase, ella me rechazó. Cuando pregunté el motivo me explicó que no quería ser la novia de un malacabeza como yo, y tenía su razón.
Yo era todo lo malacabeza que puede ser un niño de 11 años. Todo lo contrario a ella. Mi primera visita a la dirección había sido en primer grado, cuando en el campo de futbol un compañero mentó a mi madre y le respondí con un puñetazo. Ella, hasta donde yo sé, y pudiera decir que sé bastante, nunca ha ido a la dirección a no ser que la vengan a recoger porque no se sienta bien. La escuela nos toma demasiado tiempo, por lo que las tardes hay que aprovecharlas con los amigos, no da tiempo a hacer tareas. La maestra me regaña por eso yo le respondo como si le hablase a cualquiera, así que son más viajes a la dirección. Ella entrega todas las tareas y los trabajos a tiempo, con caligrafía y ortografía excelentes. Nunca sus padres han recibido ni una queja. A mí y mis amigos nos gusta gastar bromas por los pasillos del colegio. Ella no sale a los descansos por miedo que le levanten la falda o le cojan la merienda o jueguen con sus cosas. Por respeto a mí nadie le hubiera hecho eso, estaba prohibido, pero ella no podía saberlo. Yo soy de aprobado raspado mientras ella es de sobresaliente. Ella tan limpia, con el cabello rubio oscuro siempre recogido y adornado con lazos, yo tan arrabalero, con las rodillas siempre raspadas y algún que otra magulladura de batalla; pero siempre hay un roto para un descosido, o eso dice mi madre. Esas diferencias no me detuvieron. Si existiera otra niña como yo no podría ser mi novia, sería mi mejor amiga.
-¿Eso es lo único que no te gusta de mí? -pregunté. Era casi por entero yo, pero no estaba todo perdido.
-Puede ser -respondió.
-¿Entonces, si mejoro, me darías una oportunidad?
-Puede ser. Si mejoras tu comportamiento y tus calificaciones me lo pensaré.
-No me vale. Si hago todo ese esfuerzo no solo te lo pienses. Si hago todo eso deberías darme un premio.
-¿Qué quieres a cambio de ese grandísimo esfuerzo para portarte bien?
-Que me guardes tu primer beso.
Sonrió y se ruborizó. Por un momento pensé que no aceptaría.
-¿Cómo sabes que ese podría ser mi primer beso?
-Porque lo se. Como mismo se que puedo cumplir lo que me pides y conseguirlo. Entonces, ¿tenemos un acuerdo?
-Está bien. Si lo logras mi primer beso será tuyo. Pero lo de ser tu novia me lo pensaré.
-Lo veo justo.
Yo pretendía cerrar el trato con un estrechón de manos, como hacía con todos mis amigos, pero ella me sorpendió con un beso en la mejilla. Fue mi turno de sonrojarme y me gané otra de sus sonrisas. La vi alejarse y cuando bajé de la nube empecé a trazar un plan para conseguir ese beso. Por supuesto, mis amigos se burlaron cuando se lo comenté, pero luego cada uno soltaba ideas para ayudarme a conseguirlo.
Dejar de meterme en problemas.
Bronca que veía bronca que me metía. Cuando empecé a seguir de largo haciendo oídos sordos a las provocaciones noté que iba por el buen camino.
Mis calificaciones.
Esto fue un tanto más complicado porque el estudio nunca ha sido mi fuerte, pero lo utilicé a mi favor. Me establecí un tiempo para repasar luego del tiempo con mis amigos aunque llegase cansado. Si no entendía algo al otro día le preguntaba a ella. Conseguí que me diera el número de teléfono de su casa y en aquellas llamadas de media tarde comenzábamos hablando de mis dudas y terminábamos hablando de películas.
Mi repentino interés sorprendió a los profesores. Ellos seguían recibiendo malas contestas en clase pero no de mi parte, sino de algunos que adoptaron mis técnicas para que yo pudiera desahogarme y reírme un poco sin perder mi premio. Si ella se dio cuenta de mi estrategia nunca dijo nada.
Menudo premio. Cada día más cercano. Hasta aquel accidente.
En la escuela no entraron en detalles. Solo supimos que ella había muerto en un accidente de coche junto a su padre. Sus amigas rompieron en llanto frente a toda la clase. Yo no podía creerlo. Pensaba que era una cruel última prueba hasta darme el premio por haber superado sus expectativas. Hasta que llegó la hora de la llamada diaria y nadie contesto al otro lado de la línea.
Esa noche soñé con ella, con la apuesta de su primer beso por mejorar mi conducta. En lugar de derrumbarme y romperla se convirtió en un aún más ferviente objetivo. Al despertar le prometí al aire que iba a ser el mejor, por ella.
Mis amigos se preocuparon por mi actitud torcida, aunque podían entenderlo. Mi madre al principio también se alarmó, pero era un cambio positivo así que me apoyó.
Yo no quería estar en mi propia mente, así que me concentraba al máximo en los libros y empecé a encontrar fascinantes cosas que antes no entendía. Pero siempre estaba el vacío de no tener a quién contárselo, ni a quién agradecerle.
La maestra y todos en clase me felicitaron por mi primer sobresaliente. Yo solo quería irme a casa. Esas eran sus calificaciones, no las mías. Luego vinieron más y después de la sorpresa inicial todos lo tomaron tan rutinario como yo.
Hoy tengo el mejor promedio de la clase, no recuerdo cuando fue mi última bronca ni la última vez que le falte al respeto a una figura de autoridad, y sigo esperando que ella regrese y cumpla su parte de la apuesta.
No crean que estoy loco. Ella me felicita en sueños. A veces la veo en la esquina de mi cama, o junto a mi mesa de estudio. No dice nada, pero al menos me hace compañía. Quizás si me esfuerzo lo suficiente pueda darle las fuerzas para hablarme.

Primavera en tempestad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora