"Parte 16: El Diario Desgarrador De Jacqueline"

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Claudio tranquilo seguía fumando, sentado en el piso del patio, hasta que escuchó que tocaban la puerta. Se levantó con calma, cigarro en mano, y se dirigió a la entrada. Al abrir, se encontró con su hermana Cecilia. Ella estaba emocionada por verlo después de tres meses de viaje, pero su expresión cambió rápidamente a una de preocupación al verlo.

Claudio había perdido peso, sus pómulos estaban más marcados y los músculos que solía tener se habían desvanecido. Pero lo que más la alarmó fue el cigarro que sostenía entre sus dedos. Sin dudarlo, se lo quitó rápidamente y lo arrojó al suelo, apagándolo con el pie.

—¿Qué estás haciendo, Claudio? —exclamó Cecilia, su voz llena de preocupación y un toque de reproche.

Claudio sonrió débilmente, tratando de restar importancia al asunto. —Nada, solo estaba relajándome un poco —respondió, pero su voz carecía de la energía que solía tener.

Cecilia lo miró fijamente, notando el cambio en su hermano. —Hace meses que no te veo y... ¿así es como te encuentro? —dijo, su tono se suavizó, reflejando la mezcla de tristeza y preocupación que sentía—. ¿Qué está pasando, Claudio?

Claudio suspiró, sintiendo el peso de la situación. Sabía que no podía seguir ocultando su estado, especialmente a su hermana, quien siempre había sido su confidente. —Es complicado, Cecilia. Muchas cosas han pasado desde que te fuiste.

Cecilia lo abrazó con fuerza, sintiendo la fragilidad en el cuerpo de su hermano. —Vamos adentro, tenemos que hablar —dijo, guiándolo hacia la sala.

Una vez dentro, Cecilia se sentó junto a él en el sofá, sin dejar de observar cada detalle de su rostro, buscando respuestas.

—Cuéntame todo, Claudio. Estoy aquí para ti, como siempre —insistió Cecilia, su voz firme pero llena de amor.

Claudio asintió, sabiendo que era hora de abrirse y compartir el dolor que había estado llevando solo. Mientras comenzaba a relatar los eventos de los últimos meses, desde la complicada relación con Jorge hasta los momentos de soledad y desesperación, sintió un alivio al compartir su carga con alguien que realmente se preocupaba por él.

Cecilia escuchó atentamente, con el corazón encogido por la angustia de su hermano. Sabía que tendría que hacer todo lo posible para ayudarlo a salir de esa oscuridad y devolverle la alegría que una vez tuvo.

Cecilia permanece en silencio mientras observa la habitación adornada con un exceso de flores, una muestra palpable del amor que Jorge profesa hacia Claudio. El aroma embriagador llena el aire, pero para Cecilia, solo intensifica su preocupación por la situación de su hermano. La expresión cansada en el rostro de Claudio no pasa desapercibida, y su corazón se llena de tristeza al verlo sumido en un estado de resignación.

—Me las da Jorge... cuando no puede venir a verme —susurra Claudio, como si cada palabra fuera un peso sobre sus hombros.

El eco de su suspiro se desvanece en la habitación, dejando un vacío palpable que parece envolverlos a ambos. Claudio, en un intento por explicar su situación, añade con voz apagada:

—Creo que se ha vuelto una costumbre... ahora me manda cosas para mí.

La tristeza en su voz es palpable, como si la carga de su situación se hubiera vuelto demasiado pesada para soportarla. Claudio está sentado frente a Cecilia, pero su mirada parece perdida en un mundo de angustia y desesperación.

Cecilia, con el corazón encogido por la preocupación, decide romper el silencio con cuidado.

—Claudio... no puedes seguir así, debes dejar—

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