Capítulo 11 - Casa Afroda

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Aldeib había despertado. Por alguna razón el día anterior había sido corto, o eso le pareció. Intentó comprender todo lo que paso mientras cruzaban las ciudades hasta llegar a la mansión de Laryit, en la noche. Aunque realmente lo que le había parecido corto fue el viaje y lo que pasó en la mansión, pero sus bucles le habían parecido algo muy tedioso y largo.

Ya había dormido, por lo tanto, había descansado de todos los problemas que se le habían presentado la anterior noche. Ahora ya podía ver un hermoso amanecer sin preocupación alguna, sin problemas que lo fastidiasen.

Se levantó de la cama y abrió la puerta de su habitación, despeinado y con lagañas. Estaba caminado como borracho porque estaba medio despierto, cada paso que daba era un desafío entre caer y permanecer en pie.

Su cabeza se movía de un lado a otro y apenas podía ver, ya que sus ojos estaban cerrados casi por completo. No había dormido de la mejor forma, pero al menos era algo que le permitía seguir poniendo un pie en el suelo.

Eilí estaba en la esquina del pasillo dos, mirando hacia la entrada.

—¿Qué pasa? —preguntó Aldeib mientras frotaba sus ojos casi cerrados.

—Pensaba en por qué a ella no le importaban los comentarios de las personas y a mí sí. —respondió con tristeza, luego agarró su pelo y lo enrolló en su dedo índice para luego desenrollarlo.

—No entiendo; tengo mucho sueño. —No entendía exactamente que le estaba diciendo, su cerebro no había despertado al nivel de ser capaz de comprender las palabras.

—Es mejor que no lo hagas. Hundiré ese tema mientras pueda por el resto de este día. —dijo con tristeza para luego arañar con odio sus cuernos y posterior a eso sus orejas de elfo.

La autoestima de la elfa-demonio era claramente baja, dejándose ver lo que las personas habían hecho en ella. Odiaba cada parte de ella, odiaba parecerse a ella, odiaba ser mestiza, odiaba que Aldeib y algunos mestizos se sintieren bien consigo mismos, los envidiaba.

Lo cierto es que no era la única mentalmente mal de la casa Laryit. El nuevo de esta casa, Aldeib también lo estaba. Tenía una sensación de culpa, no por su físico, sino por atraer a la secta y que todo eso haya ocurrido, por eso se sentía culpable por los daños que hace apenas unas muertes no le importaban.

Luego, salió de los pasillos llegando hasta el gran salón de bienvenida, donde dobló a su derecha y ahí se encontró con una puerta gigante y la tocó.

—¿Quién es? —preguntó la voz de Luisa.

—Yo, Aldeib.

La gran puerta fue abierta y dentro de esta estaba el noble sonriendo. Tenía unos ojos dorados con azul, los cuales miraban fijamente al frente.

—Más allá del mar, ¿eh? En un par de horas conocerás a alguien que es de más allá del mar igual que tú. —Todavía estaba un poco intrigado por el chico, sin embargo, unos recuerdos lo hacían ponerlo con mayor duda.

Escuchar eso hizo que el chico abriera sus oídos y ojos de golpe con sorpresa, maravillándose y esbozando una sonrisa. No se sentía tan mal después de todo, que existieran más como él lo haría sentir mejor.

—También vendrá una chica mestiza, así que no hay que tocar mucho ese tema, supongo que ya sabes porqué. Ojalá ella algún día tenga el pensamiento de esa otra niña. —dijo de buena forma, pero se podría decir que fue parecido a una comparación.

—Muy bien. Dígame en que hora para estar listo. —dijo Aldeib, que de costumbre esperaría a la visita mejor vestido y arreglado como siempre lo hizo con muchos doctores.

Eyesworld I: El Emperador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora