Confesiones

20 4 1
                                    

Al llegar a la residencia masculina se encontró con Lefty. Otra vez se hallaba fumando, apoyado debajo de una ventana en una postura casual. Al ver a su amigo, lo saludó alzando la mano mientras le daba una larga pitada al cigarro.

—¿Qué hay de nuevo, Pean... ¡Quiero decir...! Larry —se abstuvo a último momento.

—Te salvaste esta vez porque te corregiste solo  —declaró algo en broma—. Bien, creo. Tuve una buena tarde.

—Me alegra oír eso. Yo estuve empacando mis cosas hasta hace unos minutos y salí a fumar un poco. Por cierto, ¿quieres uno?

—No, estoy bien así. No es por ser fastidioso, pero deberías hacer ver tu adicción a la nicotina, ¿no crees?

—¿De qué estás hablando, hombre? ¡Estoy perfecto! Todo el mundo se la pasa fumando, no soy un caso extraño.

—Como tú digas. Yo sólo digo que un par a la semana están bien. Pero a cada momento que te veo estás fumando. Vas a llegar a los treinta con los pulmones de un viejo decrépito.

—¡No jodas! —dijo con un ademán, quitándole importancia—. Cuando necesite una enfermera personal te llamaré, ¿de acuerdo?

Larry le dio un puñetazo en el hombro, cobrándose la mofa del otro, y éste se lo devolvió con un empujón. Obviamente todo era entre amigos, por lo que las provocaciones no pasaron a mayores.

—Cuando te estés muriendo en una camilla de hospital voy a pasar a despedirte con un "te lo dije".

—Te esperaré con ansias —dijo y se terminó el cigarrillo antes de tirar la colilla y pisarla—. Cuéntame otra cosa, no seas pesado. ¿Conseguiste el regalo para Johnny, que tan preocupado estabas?

—Era eso lo que quería decirte —respondió, recordando la charla que había tenido ese mismo día. Sacó el peine de su bolsillo y luego de su bolsa—. ¿Qué te parece? Johnny dijo que necesitaba un peine nuevo y, bueno... quise comprarle uno que valiera la pena.

—Déjame verlo —se lo entregó—. Oye, sí que es bueno. ¿Dónde lo compraste?

—En esa tienda donde los niños ricos se compran la ropa ridícula que usan.

—¿Qué? ¿Lo compraste en Aqua Berry? Hermano, tuvo que costarte una fortuna.

—Bueno, sí. Me costó más de lo que pensaba.

—¿Cuánto?

—¿Qué te importa? Eso no importa...

—¡Claro que importa! Vamos, dime ¿Cuánto te costó? —el otro lo miró con recelo.

—Cincuenta.

—¿Cincuenta qué? ¿Centavos?

—Dólares, idiota.

—¿¡Cincuenta dólares!? —chilló Lefty, abriendo por demás los ojos y llevándolos al objeto que tenía entre las manos—. ¿Pagaste cincuenta dólares por un peine? ¿Estás loco?

—¡Cierra el hocico! Y deja de gritar como una niña. Sí, me gasté cincuenta dólares en un peine. ¿Algún problema? No recuerdo haberte pedido que seas mi contador.

—No lo sé, Larry. No sé qué números manejas, pero para mí es demasiado por un peine. ¿De qué está hecho? ¿De oro?

—De plata. Eso me dijo el vendedor —se encogió de hombros, dando a entender que no tenía mucha idea sobre el tema, y le quitó el peine de las manos para guardarlo de vuelta en su bolsillo—. ¿Qué se yo? Me pareció un buen regalo. ¿Dices que exageré?

—Tal vez un poco. ¿Piensas regalárselo a Johnny?

—Sí, tarado, ¿por qué?

—¡Oye! Cuida tu lengua conmigo. Sólo estoy preguntando, ¿okey? Quiero decir que me parece un regalo algo fino para alguien como él.

Peanut ConfundidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora