Resolución

66 8 0
                                    

Ahora sí que estaba jodidamente solo. Ahora sí que nadie le hacía el más mínimo caso; y se lo había buscado él mismo.

Si los días anteriores al menos había podido distraerse o enfocarse en Lola, aunque sea de manera enfermiza y obsesiva, ahora no podía hacer ni siquiera eso. Ya no tenía sentido buscarla, no tenía derecho reclamarle nada, porque ya no eran nada más que conocidos. Lo mismo que le había ocurrido con Peanut.

Un día, echado en su cama, deprimido y desanimado, se dio cuenta de que no lo veía hacía tiempo. ¿Se estaría ocultando en la biblioteca? ¿O estaría en su cuarto, igual de deprimido que él?

Se sorprendió extrañándolo, y se enojó por eso. Pero era cierto; aunque estaba resentido todavía, no podía evitar darse cuenta de que lo extrañaba, sobre todo ahora que sabía que tenía razón. Peanut había estado para él siempre, mucho más que cualquier otra persona; incluso que su propia novia a quien había codiciado y pretendido tanto.

Con el tiempo se fue dando cuenta de que había sido un idiota, que había equilibrado terriblemente el valor que le daba a cada uno. Había puesto todos sus esfuerzos en creerse dueño de una mujer que nunca le había correspondido y, por ende, la persona indicada se había ido de su vida.

Y ahora que ella no estaba, comenzaba a entender otras cosas. Empezó a familiarizarse con ese sentimiento que había tenido la noche en la que Peanut y él habían luchado contra los pijos; cuando él le confesó lo que sentía; el mismo que lo acuciaba cuando pensaba en él y en dónde se encontraría en ese momento.

Obviamente tardó su tiempo en procesarlo. Las cuestiones del corazón siempre le habían sido difíciles, y más ahora que esa pasión obsesiva por Lola no ocupaba todo su panorama emocional. Hasta que, finalmente, los sentimientos decantaron, y logró descubrir con algo de incredulidad y un poco de vergüenza, que Peanut representaba para él mucho más que un amigo, que un hermano, que un fiel compañero.

Era verdaderamente complicado de asimilar; sobre todo porque nunca le había gustado otro chico, al menos de esa manera. Tenía muchos sentimientos encontrados y no podía terminar de comprender ninguno. La frustración y el resentimiento batallaban con esta verdad recientemente descubierta; la ansiedad volvía a escalar y el desánimo le impedía sentirse capaz de hacer algo.

Estaba seguro de que terminaría volviéndose loco, mucho más loco de lo que ya estaba. Entonces, empujado forzosamente por aquel torbellino de emociones, salió un día de su cuarto, con intención de arreglar las cosas o mínimamente intentarlo. Pero antes, consideró prudente buscar a alguien para pedirle un consejo.

—Norton —llamó la atención del moreno, quien estaba fumando a un costado de la residencia masculina—. Necesito tu ayuda.

—¿Sí, jefe? —preguntó. Hacía muchos días que no lo veía y se había preocupado por él. Se sorprendió un poco de verlo ojeroso, despeinado y con ropa sucia—. ¿Qué te paso?

—No importa, lo que quería decir —alegó sacudiendo las manos en negación. Se lo notaba confundido e inestable— ¿Cómo hago para disculparme con Peanut?

—Conque al final te decidiste —objetó Norton—. Bien... ¿Estás seguro de que te encuentras bien? —se interrumpió.

—No es mi prioridad en este momento. Tuve una mala racha como bien sabes. Ahora necesito encontrar a Peanut y hablar con él, pero no sé ni dónde está ni qué decir.

—Bueno, puedo darte algunas sugerencias —dijo desconfiado—. Primero que nada, pídele perdón. Es muy sencillo.

—Es razonable, pero no creo que los acepte así sin más.

—Probablemente no lo haga, pero ese ya es su problema. Tú, mientras tanto, demuéstrale que estás realmente arrepentido. No lo sé, haz algo que lo conmueva —Johnny lo miró extrañado—. No me pidas ejemplos.

Peanut ConfundidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora