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Mientras que James Beaufort despertaba en casa de Cyril después de una noche llena de alcohol, mujeres que morían por él y música. Leah Taylor se preparaba para volver a Maxton Hall. Claramente no fue elección suya, su padre prácticamente la obligó a regresar al colegio del que tanto buscaba escapar.
—Buenos días princesa —saludó su padre en cuanto entró al comedor, levantando la vista del periódico qué leía—. ¿Te hiciste algo en el cabello? Se ve lindo.
—Solo lo deje suelto —respondió ella tomando asiento junto a su hermana, con quién compartió una pequeña mirada de complicidad.
—A mi también me hubiera gustado volver a Maxton Hall —murmuró Hannah, cargando a su bebé de menos de un año, sobre su regazo—. Extrañó la escuela...
Una esperanza surgió por parte de su hermana mayor, por un momento pensó que Jeremiah Taylor la dejaría retomar sus estudios. Sin embargo su padre solo miró con furia en sus ojos y bajó el periódico por unos segundos.
—Debiste pensar eso antes de embarazarte a los dieciséis —masculló Jeremiah—. Cuando dijiste que estabas embarazada, yo te di dos opciones y tu elegiste tener a esa criatura en vez de seguir adelante con tus estudios.
—Pero... —Hannah intentó protestar, sin embargo fue callada gracias al golpe qué su padre dio a la mesa.
—Ya no es una opción para ti —espetó Jeremiah en un tono que hizo llorar al pequeño Alexander, lo que logró sacarlo aún más de quicio—. Lloriquea todo lo que quieras y píntame como el malo de la historia, pero la que tomó la decisión de mandar su vida por el caño fuiste tú.
—Eres repugnante —masculló Hannah antes de salir del comedor.
Leah se quedó en silencio cabizbaja mientras terminaba su desayuno, no se atrevía a mirar a su padre. Se preguntaba qué le sucedió al padre amoroso de cuando era niña que se desvivía por hacer feliz a sus hijas.
—¿Tu también crees que soy un mal padre? —le preguntó Jeremiah a Leah, quien se quedó callada por un momento.
—Creo que has cambiado desde que murió mamá —confesó Leah y apartó sus cubiertos junto con el plato—. No te culpo, pero extraño al padre que se vestía de princesa para hacernos felices.
