Capítulo 5

165 19 1
                                    

Matías hizo lo que cualquier persona que encuentra a un hombre desnudo en su sala de estar hubiese hecho: gritar. Y después, salir corriendo hacia la puerta. Solo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.

¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse. Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo agarró, pero resultó ser una de sus pantuflas verdes con forma de dinosaurio. ¡Puta madre! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la empuñó; entonces se giró para enfrentar al intruso. Más rápido de lo que él hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y lo inmovilizó con mucho cuidado.

— ¿Te has hecho daño? — le preguntó.

¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que solo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.

Con todos los sentidos embotados, miró hacia arriba y... bueno... Para ser honestos, solo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un ají. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño. Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida. Matías se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.

— ¿Te has golpeado la cabeza? — le preguntó él. De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.

Miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara. ¡El tipo prácticamente resplandecía! Fascinado, deseó verle el rostro y comprobar por sí mismo que era tan increíble como el resto de su cuerpo. Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.

¡Era él! ¡No!, no podía ser. Esto no podía estar sucediéndole, y Él no podía estar desnudo en su sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Esta clase de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como él. Pero aun así... — ¿Enzo? — preguntó sin aliento.

Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas. Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina. Hasta aquello había comenzado a abultarse, pero aun asi no era excesivamente gigante, era un poco delgado, aunque eso no lo hacia menos atractivo. El pelo le caía a la buena de dios en una melena lacia corta, y le enmarcaba un rostro sin rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el aliento. Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas acompañadas de una mandíbula afilada. Y sus ojos. ¡Dios mío! Tenían un celestial color miel, rodeados de un borde más oscuro que resaltaba sus iris. Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. Matías tenía la sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales. O al menos, devastadores. Y él se sentía realmente devastado en estos momentos. Cautivado por un hombre demasiado perfecto para ser real.

Esclavo ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora