Capítulo 42

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Matías comprendió las consecuencias de su posible confesión. A Enzo no le gustaba esta época, estaba claro. Quería irse a casa. Si él le confesaba cuáles eran sus sentimientos, se quedaría por esa razón; pero no sería justo, porque casi lo haría por obligación. Quizás algún día acabaría resentido con él por haberle negado la posibilidad de regresar al mundo que una vez conoció. A lo que había sido. O peor aún, ¿y si su relación no funcionaba?

Como psicólogo, sabía mejor que nadie los problemas que podían ocasionarse en una pareja, y cómo podían acabar destruyéndola. Una de las causas más frecuentes de ruptura era la falta de intereses comunes; parejas que se mantenían unidos por la simple atracción física y que acababan separándose.

Ellos eran completamente diferentes. Él era un sexólogo del siglo XXI y Enzo era un fuerte general Macedonio del siglo II a.C. ¡Era como hablar de emparejar a un pez y un pájaro! Jamás habían existido dos personas más diferentes en el mundo que hubieran sido obligadas a permanecer juntas. En ese momento estaban disfrutando de la novedad de la relación. Pero no se conocían en absoluto. ¿Y si dentro de un año descubrirían que no estaban enamorados? ¿Y si él cambiaba una vez acabaran con la maldición? Enzo le había dicho que en Macedonia era un hombre totalmente distinto. ¿Qué ocurriría si parte de su encanto o de la atracción que sentía por él se debían a la maldición? Según Cupido, la maldición hacía que el griego se sintiese irremediablemente atraído hacia él. ¿Y si rompieran la maldición y al no estar esclavizado se convertiría en una persona diferente? ¿En alguien que no quiera estar con él? ¿Qué pasaría entonces?

Una vez rechazada la oportunidad de regresar a su hogar, Matías sabía que no tendría otra ocasión de volver. Se esforzó por respirar cuando cayó en la cuenta de que jamás podría decirle: "Intentémoslo y veamos si funciona" Porque una vez que tomaran la decisión, no habría vuelta atrás. Tragó y deseó ser capaz de ver el futuro, como Andy. Pero hasta él se equivocaba a veces. No podía permitirse una equivocación; Enzo no se lo merecía. No, tendría que haber otra razón de peso para que él se quedara. Tendría que amarlo tanto como él lo amaba. Y eso era tan probable como que el cielo se derrumbara sobre la tierra en los próximos diez minutos.

Cerró los ojos y se encogió ante la verdad. Jamás sería suyo. De una forma o de otra, tendría que dejarlo marchar. Y eso acabaría con él.

El griego soltó un suspiro entrecortado y soltó el poste de la cama. Lo miró con una leve sonrisa. - Eso ha dolido - le dijo.

- Me di cuenta - le contestó acercándose a él, pero Enzo se alejó como si acabara de tocar una serpiente. Entonces dejó caer la mano. - Voy a preparar la cena.

El esclavo lo observó mientras salía de la habitación. Deseaba tanto ir tras él que apenas si podía contenerse. Pero no se atrevía. Necesitaba un poco más de tiempo para serenarse. Más tiempo para apagar el fuego maldito que amenazaba con devorarlo. Meneó la cabeza. ¿Cómo podían sus caricias darle tanta fuerza y ​​al mismo tiempo dejarlo tan débil?

El castaño acababa de preparar una sopa de sobre y unos sándwiches cuando entraba a la cocina. - ¿Te sentís mejor?

- Sí - le contestó mientras se sentaba a la mesa.

Revolvió su sopa con la cuchara y lo observó comer. Su cabello reflejaba la luz del sol del atardecer y lo hacía parecer más claro. Se sentaba con una postura muy erguida, y el más leve de sus movimientos despertaba una oleada de deseo en él. Podría pasarse todo el día contemplándolo de ese modo y no se cansaría. No. Lo que en realidad deseaba era levantarse de la silla, acercarse a él, sentarse en su regazo y pasarle las manos por esas maravillosas ondas castañas mientras lo besaba ardorosamente. ¡Tranquilo! Si no se controlaba, ¡sucumbiría a la tentación!

Esclavo ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora