Capítulo 17

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Apoyó el brazo en la mesa y, en ese momento, Andy apartó la vista del menú y le miró la mano. Entonces jadeó. — ¿Eso es lo que yo creo? — preguntó mientras se levantaba en alto.

Para sorpresa de Matías, él permitió que le agarrara la mano y que mirara el anillo.

— Mati, ¿viste esto?

Él se incorporó en el asiento para poder verlo más de cerca. — No, la verdad. He estado un poquito distraído.

— Un poquito distraído, sí, claro. Eso es como decir que el Everest es un adoquín.

Aún bajo la tenue luz del local, el oro emitía destellos luminosos. La parte superior era plana y tenía grabada una espada rodeada de hojas de laurel, e incrustadas entre las hojas, había unas piedras preciosas que parecían ser diamantes y esmeraldas.

— Es hermoso — dijo.

— Es un puto anillo de general, ¿cierto? — preguntó el rizado —. No eras un simple soldado de a pie. ¡Eras un puto general!

Enzo ascendió sobriamente. — El término es equivalente.

Andy soltó el aire totalmente anonadado. — Mati, ¡no tenés ni idea! Enzo tuvo que ser alguien realmente relevante en su tiempo para tener este anillo. No se lo daban a cualquiera — y movió la cabeza —. Estoy muy impresionado.

— No lo estés — le contestó él.

Por primera vez en años, Matías envidió la licenciatura en Historia Antigua de su amigo. Andisito sabía mucho más acerca de Enzo y de su mundo de lo que él jamás podría averiguar. Pero no parecía necesitar ese grado de conocimiento para entender lo doloroso que debía haber sido para él pasar de ser un general que ordenaba a un ejército, a un esclavo gobernado por las personas.

— Apuesto a que eras un magnífico general — dijo finalmente.

El griego lo miró, captando la sinceridad con la que había pronunciado sus palabras. Por alguna razón inescrutable, su cumplido le reconfortó. — Hice lo que pude.

— Apuesto a que les diste una patada en el culo a unos cuantos ejércitos — continuó él.

Sonrió. No había pensado en sus victorias desde hacía siglos. — Pateé a unos cuantos romanos, sí.

Matías se río ante el uso del vocabulario. — Aprendés rápido.

— ¡Eu! — exclamó el rizado, interrumpiéndolos — ¿Puedo echarle un vistazo al arco de Cupido?

— ¡Sí! — se sumó el castaño — ¿Podemos?

Enzo lo sacó de su bolsillo y lo dejó sobre la mesa. — Con cuidado — le advirtió a Andy mientras alargaba el brazo — La flecha dorada está cargada. Un pinchacito y te enamorarás de la primera persona que veas.

Él retiró la mano.

Matías tomó el tenedor y con él arrastró el arco hasta tenerlo cerca. — ¿Se supone que debe ser tan pequeño?

Enzo sonrió. — ¿Es que nunca has oído esa frase que dice: "El tamaño no importa"?

Él puso los ojos en blanco. — No quiero ni escucharla de un hombre que la tiene tan grande como vos.

— ¡Mati! — lo reprendió su amigo —. Jamás te había oído hablar así.

— He sido extremadamente moderado, considerando todo lo que ustedes me han dicho estos últimos días.

Enzo le acarició el pelo arriba de su rapado. Esta vez, no se retiró. Estaba haciendo progresos.

— Entonces, decime cómo usa Cupido esto — le dijo él.

Esclavo ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora