Capítulo 39

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- ¿Llevás mucho saliendo con Matías?

- No.

- Eso me pareció. Andy no te mencionó, pero pensándolo bien, tampoco se mostró tan preocupado porque Mati se quedará solo desde su cumpleaños. Supongo que se conocieron desde entonces.

- Sí.

- Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?

- No.

- Bien, entiendo. Hasta luego.

Enzo se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La agarró y apretó los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido del terapeuta. Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.

Matías no era consciente del tiempo que pasaba sentado en el sofá, sin moverse. Solo sabía que se encontraba muy mal. El golpe de Bosia había sido muy fuerte. Andy le trajo una chocolatada caliente. Él intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de derramarlo y lo dejó a un lado.

- Supongo que necesito limpiarlo todo.

- Ya lo está haciendo Enzo - le dijo Agustín, que estaba sentado en el sillón haciendo zapping.

El castaño frunció el ceño. - ¿Qué?, ¿desde cuándo?

- Hace poco estaba arriba, reconociéndolo todo en el vestidor.

Boquiabierto por la sorpresa, subió en su búsqueda. El griego estaba en la habitación de sus padres. Desde la puerta, observaba cómo acababa de poner orden y se enderezaba. Dobló los pantalones de su padre de un modo tan desastroso como encantador, los colocó en el cajón y lo cerró. La ternura lo invadió ante la imagen del que fuera un legendario general ordenando su casa para evitar que él sufriera. Su delicadeza le llegó al corazón.

Enzo alzó los ojos y lo descubrió. La honda preocupación que reflejaban sus ojos mieles lo reconfortó.

- Gracias - dijo él.

El griego se encogió de hombros. - No tenía otra cosa que hacer -. Aunque lo dijo con un tono despreocupado, algo en su actitud traicionaba su fingida indiferencia.

- Aún así, te lo agradezco mucho - le dijo él mientras entraba y miraba todo el trabajo que había hecho. Con el corazón en la garganta, colocó las manos sobre la cama de caoba -. Esta era la cama de mi abuela. Todavía escucho la voz de mi madre cuando me contaba cómo mi abuelo la hizo por ella. Era carpintero.

Con la mandíbula tensa, Enzo contempló la mano de Matías. - Es duro, ¿verdad?

- ¿Qué?

- Dejar que los seres amados se vayan.

Sabía que hablaba desde el fondo de su corazón. El corazón de un padre que añoraba a sus hijos. Aunque la pesadilla ya no lo persiguiera por las noches, lo oía susurrar sus nombres, y se preguntaba si era consciente de la frecuencia con la que soñaba con ellos. Se preguntaba cuántas veces al día pensaba en ellos y sufría por su muerte.

- Sí - le contestó en voz baja - pero vos lo sabés mejor que yo, ¿no es cierto?

Él no lo contestó.

Matías dejó que su mirada vagara por la habitación. - Supongo que ya va a ser hora de seguir adelante, pero te juro que aún puedo escucharlos, sentirlos.

- Es su amor lo que percibís. Aún está dentro tuyo.

- ¿Sabes? Creo que tienes razón.

- ¡Eh! - gritó Andy desde la puerta, interrumpiéndolos -. Agus está encargando una pizza, ¿quieren comer algo?

Esclavo ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora