Capitulo VI

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Cuando Armando llega al hospital, Betty ya estaba en una habitación. El trabajo de parto ya había comenzado pero había que esperar a que dilatara para que llegara el momento del parto.

Los dolores por momentos se hacían insoportables, pero el amor que tenía hacia su hija hacía que todo valiera la pena.

Armando:  –Mi vida ¿Cómo estás?

Betty:  –Mi amor, tengo miedo, me duele mucho. –Justo le viene una contracción. –¡¡¡Aayyy!!!

Armando:  –Respira, respira como te enseñaron en el curso.

Betty:  –Tengo miedo, no me dejes.

Habían pasado unas cuantas horas, hasta que a Armando le llega una llamada por su teléfono celular.

Armando:  –Aló, si doña Flor, ya le paso con su hija.

Aura María:  –Aló mamá,¿ Cómo que Jimmy está con fiebre?

D. Flor: – Le cayeron mal las vacunas. El niño llora y solo repite que quiere verte.

Aura María:  –Por supuesto que voy ya mismo para allí. Corta la llamada. –Lo lamento, don Armando, pero mi hijo es mi prioridad.

Armando:  –La comprendo perfectamente, vaya con su niño, Betty sabrá entender.

Finalmente llega la hora del parto. El temor de Betty le gana a su vergüenza y finalmente le pide a Armando que no la deje sola.

Betty:  – ¡Tengo mucho miedo! No quiero entrar a esa sala de partos sola, por favor Armando, acompáñame.

Armando:  –No te voy a dejar sola un minuto.

Betty:  –Te necesito a mi lado.

Entraron a la sala de partos. Las contracciones ya eran muy seguidas y esos dolores a Betty la estaban asfixiando.

Doctor:  –Cuando venga la otra contracción puje, que ya está a punto de nacer.

Betty:  –¡¡¡Aahhh!!! Doctor, no puedo más. No tengo más fuerzas. ¡¡¡Aahhh!!!

Armando:  –Tú puedes mi amor.

Vino otra contracción y finalmente la bebé Mendoza, llegó a este mundo. Llegó llorando como una condenada, ninguno de los médicos, ni siquiera Betty pudo calmarla. Sólo cuando su papá la tuvo en sus brazos se calmó.

Armando:  –Ya, ya, ¿Qué le ocurre a mi princesa?

Escuchó su voz y comenzó a serenarse.

Armando:  –Mi princesa, no me llore más. Papá está contigo. –incluso podría jurar que en un momento le sonrió –

Estuvo en sus brazos unos minutos, quedándose dormidita poco a poco mientras Betty la observaba, podía decirse que era un calco de ella, era muy parecida a una foto de ella de bebé. Tenía su color de piel y de pelo, pareciera que los genes de los Doinnel se hubieran esfumado, tal vez tuviera el mismo color de ojos, pero a los bebés el color definitivo se les conoce con el tiempo. Era lo mejor, no quería que esa niña se pareciera a esa familia y le recordara todo el tiempo su desgracia.

Pasaban las horas, Betty hacía un gran esfuerzo para tener a sus hija en brazos, no entendía lo que le sucedía: amaba a esa niña, pero le causaba repulsión tenerla cerca. A la pequeña le sucedía algo similar, apenas llegaba a los brazos de su madre comenzaba a llorar desesperada, sólo en brazos de su papi se calmaba. Los médicos observaron y no se sorprendieron, la paciente tenía todos los síntomas de una depresión post parto y así se lo comunicó el obstetra a Armando.

Médico:  –Me veo en la penosa tarea de informarle que su esposa padece de depresión post parto, ¿sabe de lo que le hablo?

Armando:  –Si doctor, no profundicé mucho en el tema porque jamás pensé que le podía pasar a ella, mi mujer estaba feliz por su embarazo, ama a su hija, ¿qué le causó este trastorno?

Mi pequeña EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora