I 11 de Septiembre de 1643

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El sonido de tacones retumbando por los pasillos, el aroma del té y el cantar de las aves, una dama que llevaba el desayuno del rey freno ante la alcoba del dicho, toco la puerta suavemente acompañado de un: "Su majestad, voy a entrar". Ya dentro cerró la puerta detrás de ella, se acercó a la cama donde un joven de cabello largo y oscuro se encontraba aun durmiendo, fue hacia la ventana para despejarla de las cortinas y que ingresara la radiante luz del sol.

- Su majestad, es hora de despertar, recuerde que hoy debe recibir a su invitado poco habitual, el comerciante. -

El contacto del sol y la voz de la mucama provoco el despertar del rey, sin mucha exageración soltó un pequeño bostezo continuado por una leve limpieza en sus ojos. Al abrirlos un resaltante color dorado se dejó ver en ellos, miro a su costado y tomo la taza del té para comenzar con su desayuno.

- Recuérdame a que horario llegara. -

Una voz de recién despierto se mezcló con la orden, haciendo que la sirvienta lo mirara casi sonriente junto a un: "13:30 como siempre su majestad". Se levantó y dirigió al baño, así poder alistarse y preparar lo que debía entregar al invitado, al ver su baño preparado como todas las mañanas comenzó con su aseo, el cual no le llevaría tanto tiempo para salir. Cinco minutos luego de entrar, salió más refrescado con la sirvienta esperándolo aun en la habitación, ahora acompañada de otra mucama para vestirlo.

Al poco tiempo salió de su recamara para dirigirse al comedor; se sentó en la punta de la mesa donde se encontraba una destacada silla personal, mientras acomoda su vestuario y la comida le era servida una sirvienta se inclinó en forma de respeto, entregando la noticia de que su esperado invitado se encontraba aguardando a su permiso y entrar, con un simple asentimiento la señorita salió por donde había entrado, que al poco tiempo de desaparecer, volvió con un joven de vestimentas poco convencionales y una gran mochila de variadas cosas en su espalda.

- Buenos días su majestad. -

El joven de cabello castaño se inclinó levemente, pero por el peso de su mochila su balance se perdió, rápidamente el rey se acercó para sostenerlo desde su cintura y al cruzar sus miradas exclamo: "Te dije que dejaras las formalidades, Jooin". Desviando la mirada a un lado y rascando el costado de su mejilla por la vergüenza se alejó para aclarar su garganta y agregar: "Disculpe, es solo que se me hace incomodo dejar las formalidades dentro del palacio...". El de cabello oscuro volteo a ver su alrededor, el visitante tenía su buen punto de vista, si tan solo una persona fuera descortés con él tal vez los demás empezarían a imitarlo; con ese pensamiento lo tomo de la muñeca para llevarse al chico al parque trasero del castillo.

- Directo al grano ¿Tienes lo pedido? -

- Claro que si...Pero esperaba al menos una cálida bienvenida... -

- ¿Acaso mis sirvientes te trataron de mala manera? Dímelo y me hare cargo de que no vuelva a suceder. -

Dentro de un suspiro se puedo escuchar levemente un "No me refería a ellos Yahwi..."

- ¿Dijiste algo? -

Se acercó silenciosamente, provocando un gran susto en el contrario, y entre titubeos se pudo comprender: "¡Que aquí está tu pedido Yahwi!". El rey con una sonrisa tomo el paquete, desatando los nudos de la cinta blanca, en su interior se veía una carta junto a una daga de plata que tenía como decoración unas gemas bordo. Ya sin prestar atención a su alrededor mando a Jooin al comedor, donde le aseguraba que lo estaría esperando un plato de comida caliente en agradecimiento a su arduo trabajo.

De camino a su alcoba fue leyendo lentamente la carta, como si esta tuviera que durarle el mayor tiempo posible, junto a un sentimiento emotivo y de añoranza retumbando en su corazón, tal vez fuera por el obvio echo de que ya había pasado más tiempo del esperado en la entrega de esta carta, pero al observar la forma de cada letra ese sentimiento se convertía en satisfacción. La lectura de esa carta duro hasta el llegar del rey a su habitación, dejo la carta en su mesa de noche mientras se recostaba aun viendo la resplandeciente daga de plata y sus resaltantes agregados, las palabras escritas en la carta seguían retumbando en su mente, como si así lo quisiera memorizando cada una de ellas, haciendo una reproducción de la dicha una y otra vez:

Postal a la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora