Capítulo 1

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Los días se me estaban haciendo eternos en aquella cama del hospital, las quemaduras que aun tenía requerían de atención médica continua, por lo que cada pocas horas venían un par de enfermeras a cambiar las vendas con cuidado y pincharme antibióticos en cantidad. Los primeros días los pasaba medio inconsciente debido a los analgésicos que me administraban pero ahora que habían disminuido la dosis pasaba las horas muy aburrida.


Las visitas estaban restringidas a ciertas horas y solo podían estar medía hora a lo sumo, por lo que la mayor parte del tiempo lo pasaba sola con mis pensamientos, ya que no pasaba nada entretenido mirando por la ventana.

Al poco de terminar de cenar decidí levantarme para darme otro paseo por el hospital. Vi de reojo mi reflejo en el espejo del baño y me sorprendió. <<no me extraña que ayer se pusiese a llorar esa niña, tengo la cara descarnada, roja e hinchada. Parezco un demonio>>

Tiré un poco de un trozo de piel que se descolgaba de mi mejilla, apreté los dientes de dolor y decidí dejarla estar. Si los sanitarios veían otra herida lo sabrían y me echarían la bronca de nuevo << van a terminar por atarme a la cama para que no retarde que se curen mis heridas>>. Salí al pasillo, y me cruce de frente con una anciana que andaba cogida del brazo de su ¿hijo?, iba arrastrando el portasueros, me miró, se le notaba cansada, sus ojos reflejaban el peso de la edad.


Saludé a la enfermera que estaba de guardia en el mostrador de la recepción de aquella planta y me acerqué hasta la maquina de comida y bebida del fondo, justo al lado de los ascensores. Me quedé mirando embobada las chocolatinas.

-¿Vas a comprar algo?

Era un chico en silla de ruedas que movía impaciente los dedos sobre el reposabrazos. Fui a sacar el monedero del... << seré estúpida, que monedero si no llevo ni pantalones con el camisón este >>

-No, perdona, me he dejado el monedero en la habitación, que tonta soy.

Ya había hecho bastante el ridículo por el momento, me volví a mi aburrida habitación. Cuando entré, descubrí que no estaba vacía.

Había un hombre mirando por la ventana, de pelo negro y rasgos afilados, el tatuaje en su ojo derecho y la barbilla confirmo su identidad. Era el mismo hombre que había visto hacía años en el templo, recordé.

-Hace días que quería visitarte - dijo sin apartar la mirada de la vista nocturna que tenia desde la ventana - es difícil encontrarte sola

Me pareció una excusa extraña, precisamente porque llevaba días quejándome de que pasaba demasiado tiempo sola. Pero aún más extraño me pareció que él estuviera allí, la última vez que lo vi fue aquella noche en el templo Lunari cuando descubrí la armadura y el libro. Justo antes de que marchara a la capital Solari para enseñárselo a los ancianos y terminara exiliada, apareció y desapareció como un fantasma. El hombre se giró hacia mi, su mirada azul me inspeccionó

- Debiste hacer caso a lo que te dije sobre los Solari, ¿Qué era eso que decías que el rencor no duraba para siempre? Aquella noche casi te matan por ello y ahora mírate... mira que te han hecho

- Eso no fue... - <<si, si que fue, deja de titubear Diana, siguen odiando a tu pueblo, no han cambiado... bueno, menos Leona>> - Leona me apoya, me defendió.

- Es tan fanática como el resto, nunca te ha creído.

Sinceramente no tenía ganas de discutir sobre ello, me dolía el cuerpo y me hacía sentir incomoda su presencia.

- ¿A que has venido?

- Directa al grano -sonrió - es simple, necesito de los poderes que tienes, mi hermana me advirtió de algo cuando te conocí, pronto estarás preparada para lo que se avecina

RENACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora