Fighting with a true love is boxing with no gloves
Haymitch subió al tren en compañía de Atlas. Effie acompañaba a su hija, que esperaba sentada en uno de los sofás del vagón principal. Al verlas, el rostro del joven se iluminó con una sonrisa y, avanzando a pasos rápidos, se acercó a ellas. Olive se levantó bruscamente, comenzando a golpearlo con uno de los cojines.
-¡¿Cómo se te ocurre hacerme esto?!- le gritó más desesperada que enfadada. Atlas le arrebató el cojín -¡Se supone que si esto pasaba me esperarías en casa!- volvió a cargar contra él -¡¿A quién demonios le voy a confiar la seguridad de mi padre si no conseguimos salir de está?! ¡¿Quién va a ayudar a tu familia?!
Atlas la encerró en un abrazo -¿Y a tí?- preguntó conteniendola -¿Quién te va a ayudar a ti?- Olive dejó de resistirse contra él, apoyándo la frente en su hombro, sus brazos rodeándole el torso -No tenías que hacerlo- repitió entre dientes la rubia -Y si todo sale bien para mi ¿Qué? ¿Vuelvo a casa sin ti?-Atlas se limitó a dejar un beso sobre su pelo, sin responder.
Suspiró separándose de su abrazo con la mirada en el suelo del vagón. Sin decir palabra, negó levemente y se marchó a buscar su habitación. Atlas la observó marcharse sabiendo que necesitaba unos minutos para procesar aquello. Él, en realidad, también necesitaba estar solo porque verla solo le recordaba que, dentro o fuera de los juegos, llegaría un día en el que la vería por última vez, y aquello lo aterraba.
Le dirigió una mirada de disculpa al padre de Olive, su suegro y, ahora, mentor, saludó con un asentimiento a Effie y desapareció por el mismo pasillo que Olive dejando a los adultos solos.
Effie miró a Haymitch sorprendida. Había dado por hecho que se conocían, pero no era consciente del lazo que unía a aquellos jóvenes. El hombre se dejó caer a su lado en el sillón.
-Es su novio- explicó escuetamente -El chico está enfermo y ha decidido sacrificarse para ayudar a Oli a sobrevivir- Effie jadeó llevándose cubriéndose la boca con la mano. Sus ojos se humedecieron lentamente. Haymitch miraba el techo del tren con las manos cruzadas sobre el abdomen -¿Qué demonios he hecho, Effie?- le preguntó ladeando la cabeza para mirarla.
Effie negó -Tú no tienes la culpa. Ni yo. Aquí no hay nadie a quien culpar- repitió las palabras que la adolescente le había dirigido apenas una hora antes -Tenemos que ayudarla a sobrepasar esto, Haymitch.
-Empezaremos mañana con nuestro plan para que superen sus entrevistas- asintió el mentor levantándose de su lugar. Effie lo observó marcharse a su habitación y, en seguida, buscó su planificador, dispuesta a memorizarlo si fuese necesario para darles el tiempo de preparación que necesitarían.
La noche cayó sobre los viajeros. El tren, en silencio y con las luces apagadas, dejaba a cierto pelinegro terriblemente inquieto. Atlas pateó las pesadas sábanas, con las que se sentía apresado en su cama (las suyas eran mucho menos gruesas, a pesar de los terribles inviernos del Distrito 12), y salió de su habitación en busca de su chica. Tardó unos minutos en encontrarla, y entró en silencio. Olive dormía abrazada a la almohada, de espaldas a él.
De puntillas, avanzó hasta la cama, se tendió a su lado y la abrazó por la cintura. Olive, habiendo reconocido su presencia antes de que se tumbase, se acomodó entre sus brazos apoyándose en su pecho, dejó un corto beso sobre sus labios y buscó sus manos, presionando cuidadosamente con dos dedos el interior de su muñeca para, incluso en sueños, sentir su pulso.
Atlas tendía a pasar las noches despierto, temeroso de que, si se dormía, dejaría de respirar lentamente, sin tiempo para despedirse de sus seres queridos. Sin poder ver el rostro de su Livie una vez más. Había desarrollado un problema de insomnio que rozaba la gravedad, llegando a dormir tan solo un par de horas durante varios días. Por ello, Olive se había acostumbrado a dormir aferrada a su muñeca. A su pulso. Y, acostumbrada a despertarse con facilidad de las veces que había acudido a la habitación en la que su padre había caído dormido para despertarlo de alguna horrenda pesadilla (eso también la había entrenado para esquivar cuchillos), era capaz de notar cualquier variación, disminución o aceleración, del pulso de Atlas.