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|| Nada es mas sincero que un impulso. ||











Phoebe se giró hacia la puerta, donde lord Stonehaven permanecía de pie tras el criado.

— Señor — Dijo a través de los pálidos labios, esforzándose por no mirar hacia la silla tras cuyo respaldo se había refugiado Julia, ni a su sirvienta, que pestañeaba y se mesaba el cabello despeinado.

En ese momento, Julia salió de detrás de la silla como impulsada por un muelle.

Phoebe emitió un jadeo de sorpresa. Julia se había envuelto en el largo chal, que ocultaba su figura. En la cabeza llevaba la anticuada cofia de la doncella, que cubría hasta el último mechón de su característico pelo castaño rojizo. 

El disfraz se completaba con las gafas de la anciana. Como toque final, Julia frunció el ceño y estrechó los labios.

Stonehaven arqueó las cejas levemente al verla y titubeó al pronunciar el nombre de Phoebe.

— Y, eh, ¿señorita Armiger? — Añadió inseguro.

— ¡Sí! — Bramó Julia con voz ronca —. Así me llamo, aunque no sea asunto de su incumbencia.

— Julia . . . — Protestó Phoebe débilmente.

— Lo que digo es cierto — Insistió Julia. 

El corazón le latía con tal intensidad que temió que los demás pudieran oírlo. Deseó poder ver la cara de Stonehaven, pero éste se le aparecía como un borrón a través de los gruesos cristales de las gafas

— Puede retirarse, señora Willett — Despedir a la criada era, en realidad, cometido de Phoebe, pero Julia sospechaba que se hallaba demasiado sorprendida, y prefería evitar que el ama de llaves hiciera algún comentario acerca de la cofia y las gafas.

— Sí, señorita — Confusa, la anciana pasó junto a Stonehaven y desapareció a tientas por la puerta.

Phoebe se giró hacia el visitante e intentó sonreír. No fue un intento muy afortunado.

— ¿Por qué . . . por qué no se sienta en el sofá, señor? — Sugirió con voz ligeramente trémula al tiempo que señalaba el sofá de terciopelo, situado a cierta distancia de donde se encontraba Julia.

— ¿A qué ha venido aquí? — Inquirió Julia mirando a Stonehaven con rabia. 

Él enarcó levemente las cejas ante su descortesía.

— Ayer coincidí con St. Leger en mi club, y me dijo que estaban ustedes en la ciudad. He venido a visitarlas.

— Eso ya lo veo — Dijo Julia en un tono aún más improcedente. Deseaba librarse de aquel hombre antes de que la reconociera a través del disfraz —. Pero, ¿por qué motivo nos visita? Creo que ha hecho usted todo el daño posible a mi familia. Aquí no es bien recibido, y usted, sin duda alguna, lo sabe.

— Es usted una mujer muy franca, señorita Armiger.

— Sí, a diferencia de otras personas.

— Julia . . . — Phoebe se sonrojó ante la brusquedad de su cuñada.

El precio de la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora