𝐦𝐚𝐫𝐠𝐨𝐭.

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Estaba acostado, fumando un cigarrillo, algunas cenizas caían sobre las sábanas, no me importaba. Ya la empleada del sitio se encargaría de limpiarlas. Estaba desnudo debajo de las mantas, y podía escuchar como desde el baño, la voz de la caribeña con la que había estado, tarareaba una canción. Margarita, se llamaba, aunque prefería Margot, porque le daba más seriedad, decía ella.

Hacia un año y tres meses que habíamos empezado a estar juntos, la zorra sabía muy bien como mover ese gran culo que se cargaba y ni hablar de sus exuberantes ubres. Tenía 35 años, pero se conservaba bastante bien. O, bueno, a mí siempre me habían gustado las mayores; así que, para lo que eran mis estándares, estaba buenísima.

"Precioso, ¿todavía en la cama?"

Me cuestionó, juguetona, con esa aterciopelada voz que poseía. Había salido del baño, estaba envuelta en una pequeña toalla ceñida completamente a su cuerpo. Las gotas de la ducha aún resbalaban por su cuerpo moreno. Joder, se veía exquisita.

No respondí, mi cuerpo lo hizo por mí. Tiré todo a un lado y fui a por ella, la cargué hasta la cama en donde la solté y rápidamente mis manos se deshicieron de la única tela que la cubría. Mis labios se apoderaron de los suyos y mis dedos inquietos no dejaron un solo rincón de su cuerpo sin recorrer. La hice mía ahí mismo.

Cuando acabamos, ella se vistió y yo me hice con el primer calzón que encontré a mano. Me encendí otro cigarrillo y comencé a fumarlo. Me tiré sobre la cama y observé a la caribeña mientras se arreglaba frente al espejo. Su semblante de repente me pareció extraño, su mirada, sus expresiones. Algo no iba bien.

"Dante, debo irme".

me dijo, eso no me disgustó. Ya estaba acostumbrado, después de todo, yo era un chico de veinticinco y ella una mujer rozando los cuarenta. Además de que, claro, detalle no menor: casada. Así que, ante su aviso, simplemente me encogí de hombros con indiferencia. Le di otra calada a mi cigarrillo.

"Ajá, ¿y? Siempre lo haces. No es novedad. ¿Qué te pica ahora por decirme? No es como si fuera a hacerte una escena por dejarme".

solté sin más. Y era verdad, me daba igual si ella se iba conmigo estando despierto o mientras dormía. Jamás me había importado, sabía que lo nuestro era meramente carnal y nunca había deseado o manifestado querer algo más tampoco. Porque no me interesaba, con tener un coño fijo con el cual divertirme, ya me hallaba satisfecho.

Ella mordió su labio, su expresión no cambió. Aunque por un momento pareció sentirse herida por mi comentario. Lo ignoré y seguí fumando. Volvió a hablar.

"Me refiero, a que ya no volveré a verte. Me voy, me regreso a Cuba".

Terminó de decir, yo dejé el cigarrillo a medio camino. Tratando de procesar sus palabras. No es como si me hubiese enamorado de ella o algo, pero era algo tan repentino. En cierta forma, me había acostumbrado a su presencia.

"¿Qué?"

Fue lo único que acaté a decir. Ella asintió y se acercó a mí, se sentó en la cama e intentó tomar mis manos. Las aparté antes de que las tocara, no porque me sintiera ofendido por la noticia tan repentina que me estaba dando (un poco sí) sino porque no me gustaban los sentimentalismos, y ese tipo de mierdas me recordaban a mi madre, cosa que solo me producía aún más rechazo. Ella entendió y mantuvo su distancia.

"No pensaba decírtelo, pensaba simplemente marcharme y jamás volver. Sin palabras, sin una carta, nada. Pero, no puedo. Sé que como tú me acabas de decir, lo que tenemos es simplemente esto, sexo y nada más. Sin embargo, yo sí te quiero Dante, es más, hasta podría decir que te amo".

confesó, sus ojos buscaron los míos, pero yo aparté la mirada. Los sentimentalismos me ponían demasiado incómodo. Pude ver de reojo como mi reacción la lastimaba. Suspiré.

Irreverencias de un desquiciado... (𝒓𝒆𝒍𝒂𝒕𝒐𝒔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora