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Verónica Stevens

Fue raro. Dormí cómoda, aún sin estar en mi casa, me sentía... ¿Bien?

Me quedé sentada en la cama aún medio adormilada y estire el brazo para tomar el vaso de agua que había a un lado, en la mesita de noche.

Mientras lo bebía alguien entro en mi habitación sin tocar la puerta, lance el vaso directo hacia la puerta y Alex se hizo a un lado, haciendo que el vaso se estrellará contra la pared.

—Deja de hacer eso—dijo con los dientes apretados.

—Pudiste tocar la puerta—rodé los ojos y lo mire mientras me tapaba con la cobija.

—"Pidisti ticir li piirti"—imitó mi voz y rodó los ojos—. Pudiste matarme. Eso es peor.

—Claro, Spiderman, con esos reflejos... Lo dudo mucho.

Resopló y chasqueo los dedos.

—Princesita de Mónaco, no es por meter presión pero... ¿Y si te mueves?

—¿Por qué?—le pregunté, confundida.

—Para presentarte a tus escoltas, tu chófer y entrenadores.

—¿Qué no dijiste que una semana para acostumbrarme?—hice una mueca y me cubrí más con la cobija hasta que solo quedaron mis ojos a la vista.

—¿Te falla, verdad? Conocer. CONOCER—dijo recalcando cada letra de la palabra con tono frustrado y jalo la cobija—. Nadie hablo de que hicieras algo del entrenamiento, tonta.

—Cállate, imbécil. Además se defenderme sola, no necesito "entrenamiento"—subi la cobija hasta taparme de nuevo.

No era del todo mentira. Manejaba los cuchillos y dagas muy bien, pero claro ¿Cómo el podría saberlo?

—Si, Muhammad Ali—solto una risa y negó con la cabeza—Si te quieren disparar ¿Que vas a hacer? ¿Lanzarle un vaso de cristal a la cabeza? ¿Fulminarlo con la mirada? ¿Insultarlo? Si, seguro le dejas traumas de por vida.

Maldije en mi mente mil veces y baje la cobija hasta mi abdomen. Mire fijamente a Alex y el solo me miraba mientras levantaba una ceja, esperando.

—Muévete, apúrate, movilizate, haz algo, que circule la sangre.

—Si, idiota, si salieras...

—Ahh... Se puede hablar, ¿Sabías? Por algo te dieron boca, no solo para torcerla cada cinco segundos.

Le señale la puerta y salió. Abri cada cajón de la habitación, armas, en cada uno de ellos. Sali de la habitación, camine por el segundo piso hasta la puerta donde Alex había dicho que era mi armario.

Bingo.

Si era ahí, habían montones de vestidos colgados de todos los colores, tamaños y longitudes. Abrí cada cajón, blusas, camisas, pantalones cortos y largos, formales e informales, pijamas, batas de baño y para dormir, faldas, ropa deportiva, ropa interior, bolsos. Todo. Era todo nuevo, ame cada prenda que había, también los enormes espejos que habían, tenía una sección completa de zapatos, zapatillas, tacones, tenis, todo tipo de calzado. Mientras miraba todo me percate de un ramo de rosas en el centro de la habitación, al verlas y acercarme para olerlas, había algo enmedio. De nuevo, un botón rojo.

¿Por qué los botones rojos dan ganas de oprimirlos? ¿Por qué rojo? 
Pase mi dedo por encima de el y justo entro la chica de servicio. Me separé de un salto y sonreí nerviosamente.

—Hola, señorita Stevens, el señor Bertinelli me pidió que la ayudara a vestirse para el día de hoy.

La mire y sonreí. Ella debía saber algo sobre el botón y si no... Alex me matará por decirle algo que no debía a la chica.

Mi obsesión enfermizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora