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Mis ojos se abrieron de par en par y sentí un escalofrío recorrer mi espalda baja. Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, las luces se apagaron de golpe, sumergiéndonos a todos en una oscuridad total. Los gritos de llanto y súplica no se hicieron esperar, más se presentaron sin previo aviso.
Algunos golpearon las paredes, otros lloriquearon y pocos se quedaron en un completo shock.

Y yo era una de esos pocos.

Me había quedado totalmente inmóvil, con la boca semi abierta y los ojos desorbitados. Cada fibra de mi ser estaba tensa, como si estuviera atrapada en un estado de alerta constante.
Mis sentidos se agudizaron un poco, captando así cada sonido, cada movimiento, como si estuviera hipervigilante, pero al mismo tiempo me sentía incapaz de reaccionar.

Las personas a mi alrededor pedían clemencia, lloraban y suplicaban por sus vidas, las cuales aunque no las recordaban, querían retomarlas.

Mis músculos se contrajeron, listos para el combate o la huida, en tanto, mi mente estaba bloqueada e incapaz de razonar. Cada pequeño ruido resonaba con una intensidad abrumadora, haciéndome saltar y sobresaltarme con mucha facilidad.
El tiempo parecía detenerse, mientras luchaba por encontrar una explicación lógica para la situación en la que me encontraba.

¿Han escuchado alguna vez la expresión ciego, sordo, mudo?

Esta puede entenderse como una metáfora para ejemplificar la idea de alguien no ve, no oye y no habla. Representa a una persona la cual está completamente ajena a el mundo que la rodea.

Y pues, para no hacerles el cuento largo, yo era la exacta representación de eso en aquel instante.
No veía, solo había un vacío infinito en mis pupilas.
No escuchaba, ya que al parecer mis oídos habían decidido inhabilitar esa función de mi organismo.
No hablaba, porque me había quedado sin habla.

Una negrura opresiva se posó frente a mi, mientras las palabras dichas hace poco se reproducían una y otra vez en mi mente, como si fuese una sonata macabra.

«¡Que comience el juego!»

De repente, un sonido metálico retumbó en la habitación, seguido por un murmullo inquietante por parte de Daella, la de las trenzas cobrizas. El miedo era palpable en el aire y me di cuenta de que estábamos completamente a merced de lo que fuera que estuviera a punto de suceder.
En ese momento, anhelé desesperadamente la luz que nos había sido arrebatada, y me aferré a la esperanza de que todo esto fuera parte de una broma, un simple juego.

«Una broma, no lo creo. Un juego, sí, pero simple, jamás.»

El miedo se convirtió en una presencia tangible, envolviéndonos a todos en un gélido abrazo que me dejaba sin aliento.

Me acerqué a la pared más cercana y reposé mi mano en esta. La sensación al tocarla fue extraña, ya que se sentía como si se desvaneciera poco a poco. Rápidamente aparté mi mano y di unos pasos hacia atrás.

La pared que se encontraba ante mis ojos comenzó a desvanecerse lentamente, como si se tratara de una ilusión, formando variados píxeles en el transcurso.

—¡Chicos!— Grité con todas mis fuerzas, pero no fui escuchada ni atendida por nadie.—¡OIGAN! ¡MIRAD LA PUTA PARED!

El silencio se sumió por completo en la habitación cuando todos callaron. Aún se escuchaban algunos susurros nerviosos, pero eran leves.

Los contornos de la supuesta pared se volvían borrosos, como si estuviera viendo una imagen pixelada en la vida real. Los ladrillos y la pintura se desdibujaban lentamente, mientras que estructura se desvanecía gradualmente ante mis ojos.

Que comience el juego [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora