CAPÍTULO 5: Relación de cristal.

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Axel

Había pasado una semana desde que Sheila vino a mi casa empapada.

Y mira que sorpresa, en esa semana Chiara solo me había llamado una vez.

Y la verdad es que me conformaría, si no fuera porque esa vez no fueron ni diez minutos.

Literalmente me dijo dos frases.

Y como si el día no pudiera ir a peor, hoy nos vamos a unos balnearios a pasar el día con la familia de Sheila.

Al menos, si mi madre me hubiera avisado con antelación para mentalizarme, pero es que me lo dijo ayer por la noche, y solo faltan treinta minutos para irnos.

Pasaremos todo el día allí, ya que el lugar tiene áreas para comer, cosa que solo lo empeora aún más.

Son las nueve de la mañana y nos vamos a las nueve y media.

Se supone que nuestra reserva empieza a las doce del medio día, pero como de nuestra casa al balneario en autobús tardaba más o menos dos horas, hemos decidido salir un poco antes.

Y sí, he dicho autobús, y todos juntos, ya que hasta que llegue el coche de mi madre, que todavía lo están transportando de Venecia a aquí, nos tendremos que desplazar en bus o taxi.

Al menos Evan llevará a su novia y no me tendrá que ver la cara de amargado durante todo el viaje.

Ya he salido a correr, he desayunado, y me he duchado, incluso ya estoy con el bañador puesto, lo único que me falta es terminar de preparar una pequeña mochila con una toalla, un poco de ropa y algo de dinero.

Lo bueno es que el balneario está climatizado, si no, con el frío de Manchester sería imposible bañarse con tan bajas temperaturas.

Me levanto del sofá, dejo el móvil a un lado y me pongo en camino a mi cierto para terminar de hacer la mochila.

Ya ha llegado la hora.

Y aquí me podéis ver, esperando sentado en la parada del bus, donde, a un lado están sentados Evan y su novia, Gema, que se están susurrando ñoñerías al oído. Y al otro lado, está Sheila, jugando con sus anillos. Junto a ella están mi madre y la suya charlando animadamente.

Por suerte para mí, el bus no tarda más de cinco minutos en llegar, y me ahorro los silencios incómodos.

Al subir al autobús, descubrí que, definitivamente, soy la persona más desgraciada del mundo.

Solo había seis asientos libres.

En dos de ellos se sentaron mi madre y Amber, en otros dos se sentaron Evan y Gema, así que adivinar quiénes éramos los dos imbéciles que se quedaron de pie mirando el asiento que estábamos a punto compartir, ¡Bingo! Sheila y yo.

A ninguno nos gustaba mucho la idea de tener que compartir asiento con el otro, pero, si en algo estábamos de acuerdo, era que no íbamos a interrumpir la conversación que habían establecido nuestras madres después de tanto tiempo sin verse, por una rabieta de críos.

Y mucho menos a Evan, le llego a decir que se ponga conmigo en vez de con su novia, y me echa siete males de ojo distintos.

Me giré a mirarla, y vi que tenía la mandíbula tensa, sin embargo, fue ella la que dio el paso y se encaminó a nuestro asiento, cuando vi que avanzaba hasta él, la seguí.

Ella se sentó en el asiento de la ventanilla, se puso sus auriculares, y no me dirigió la palabra por el resto del viaje.

Mejor para mí, supongo.

Después de dos horas interminables de viaje, por fin llegamos.

El sitio era precioso, tenía cascadas artificiales, pero que parecían casi una imitación idéntica a las reales, una gran zona con césped en la que había pequeñas tumbonas con mesitas, supuse que esa era la zona en la que comeríamos.

UN ARMA DE DOBLE FILODonde viven las historias. Descúbrelo ahora