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Cuando Ryota vivía ahí, se había acostumbrado a la rutina de Yuuji: trabajaba de noche, algunas veces hasta la madrugada, dormía en el día, despertaba por las tardes y nuevamente trabajaba durante la noche. Sin embargo, hoy la cama de Yuuji estaba vacía.

—¿Alguien que trabaja de noche sale tan temprano en el día? 

Ayer, cuando llegaron al edificio, ni él ni Yuuji se dirigieron la palabra. Tampoco esperaba que Yuuji de repente iniciara una conversación como si fueran cercanos. El ambiente estaba cargado con un silencio espeso, casi palpable. Yuuji se dirigió directamente a su cama, sin siquiera mirar a su alrededor. Mientras tanto, Ryota se ocupó de sacar el futón que había rescatado de la basura de sus vecinos. Lo había guardado cuidadosamente en el único armario del apartamento, entre varias capas de ropa que Yuuji rara vez usaba pero que insistía en conservar, con la excusa de que algún día se las pondría.

Aún tenía sueño, ya que había pasado toda la noche en vela, mirando furtivamente en dirección a la cama de Yuuji para asegurarse de que él no le haría daño mientras estaba con la guardia baja. En esos momentos de vigilia, pudo notar algunas marcas en la espalda y el cuello de Yuuji cuando este se quitó la chaqueta de cuero negro. Las marcas eran rojas y moradas, destacándose contra su pálida piel.

Recordarlo le hacía sentir asqueado, porque sabía perfectamente a qué se dedicaba Yuuji. Desde temprana edad, había sido consciente de la cruda realidad de su vida. No había quien no le recordara lo que era su madre. Cada mirada de compasión o desprecio, cada comentario susurrado a sus espaldas, eran un constante recordatorio de la vergüenza y el dolor que cargaba consigo.

"Es tan desagradable"

Aceptó la propuesta de Yuuji de quedarse en la casa solo porque la noche era fría, y aunque no lo admitiera abiertamente, quedarse en esa pocilga era mejor que dormir en la calle. El futón no era precisamente cómodo, pero era mejor que el cartón que usaba para dormir.

El apartamento no era grande: un dormitorio, una sala de estar, una pequeña cocina y un baño. La sala de estar estaba abarrotada con muchas cajas de zapatos ocupando la mitad del espacio disponible. Sobre el único sofá, solían estar esparcidas las ropas de trabajo de su madre: faldas de cuero que apenas cubrían su trasero y camisas transparentes con delgados tirantes, mezcladas entre accesorios y paletas de maquillajes. 

La cocina también estaba llena de ropa y zapatos. No había lugar para preparar alimentos, y la realidad era que nunca había comida en esa casa. Las alacenas estaban vacías, y la nevera contenía poco más que un par de botellas de agua y quizás algunas sobras olvidadas. Ni que decir del dormitorio, era otro depósito de la miseria y el desorden que definían la existencia de Yuuji.

Cada rincón del apartamento parecía gritar desesperanza, desde las paredes descascaradas hasta el suelo lleno de polvo. El baño, con su grifo goteante y el espejo agrietado, no era diferente.

Recorrió una última vez el lugar con la mirada y su decepción fue aún mayor. Ryota había vivido en ese apartamento estrecho y oscuro durante mucho tiempo, rodeado de montones de zapatos, ropa y maquillaje por todas partes. Su decisión estaba tomada: no volvería a pisar este lugar después de esa noche. Este lugar era un cúmulo de sufrimiento y humillación que no quería seguir soportando. Cada rincón del apartamento estaba impregnado de dolorosos recuerdos que prefería olvidar. 

— Me voy.

Yuuji desconocía una peculiar costumbre de Ryota: al salir, se despedía y, al regresar, saludaba, incluso cuando no había nadie para recibirlo. Este hábito, aunque aparentemente insignificante, le brindaba a Ryota una reconfortante sensación de que alguien estaba al tanto de su existencia, de que su presencia importaba, aunque fuera solo para sí mismo.

Mi hijo no será un villanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora