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23 de octubre de 1984
Hilda Marie Folke pesaba dos kilos y medio, y tenía los ojos y el cabello azules como el cielo.
Los médicos se mostraron tan preocupados como desconcertados al verla. La confundida comadrona de Johanna comenzó a balbucear sobre las pruebas adicionales que tendrían que hacerle para asegurarse de que su inusual color de cabello no fuera un efecto secundario de alguna enfermedad perjudicial. Pareció calmarse cuando finalmente dejaron entrar en la habitación a la hija adolescente de Johanna, con su precioso cabello bicolor.
Lauren había pasado las últimas cinco horas y media en la sala de espera, a pesar de los numerosos intentos del personal del hospital para que alguien la llevara a casa. Hacía meses que había decidido que quería estar allí lo antes posible, aunque su madre se había opuesto firmemente a que estuviera en la sala de partos.
Johanna no había pensado que su corazón pudiera llenarse más de lo que lo hizo cuando vio por primera vez a su hija menor, hasta que miró a la mayor.
Lauren se quedó callada al entrar y se escondió tímidamente detrás de la enfermera que la acompañaba. Miró nerviosa a su alrededor, desde los dos médicos que le acariciaban el pelo, pasando por su madre, exhausta y con los ojos llorosos, hasta el pequeño bulto envuelto en una manta azul que ella llevaba en brazos
Su incertidumbre pareció desvanecerse cuando vio a su hermana recién nacida, y su rostro se iluminó. Johanna sintió cómo una nueva oleada de lágrimas le corría por la cara y una risa desbordante le brotaba del pecho.
Las manos de Lauren aleteaban emocionadas, como un colibrí a punto de emprender el vuelo. Se acercó con cuidado, como si un movimiento en falso pudiera hacer añicos al bebé en mil fragmentos de cristal reluciente, y la luz del sol pareció brotar de ella al detenerse junto a la cama de su madre.
Johanna se había inclinado ligeramente, lo justo para acercar a su bebé a la mayor. La mano de Lauren se posó con delicadeza en el hombro de su madre, mientras la otra le tapaba la boca, como asombrada.
Apoyó la cabeza en las suaves almohadas que la señorita Pilqvist -o Tildy, como insistió en que Johanna la llamara ahora- le había prestado. Resultó que la mujer nunca tuvo la intención de dejar que Johanna condujera hasta el hospital. Johanna se dio cuenta de que Tildy tenía un kit de parto en el maletero, una determinación inquebrantable y un agarre sorprendentemente fuerte cuando la cogió de la mano y prácticamente la arrastró hasta su coche.
Recostada contra los cojines, miró a su hija mayor y sonrió suavemente.
-Cariño, te presento a Hilda.
Lauren chilló de alegría. Sus palabras eran demasiado agudas y apresuradas como para entenderlas, pero se distinguía algo de '¡una niña!', '¡hermanita!' y '¡SÍ!'. Johanna se preocupó de que la bebe pudiera caerse por lo fuerte que empezaron a temblar sus manos, mientras la adolescente rebotaba hacia atrás para saltar en su sitio con emoción. Volvió a poner ambos pies en el suelo antes de que un médico tuviera que pedirle que se detuviera, y regresó para colocar una mano sobre la de su madre y otra sobre su hombro, en algo que casi parecía un abrazo.
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Plenismo
FanfictionHablar sobre su padre nunca era apropiado, Hilda lo había entendido. Desde la solemne promesa de su madre de contarle cuando fuera mayor -un día que parecía nunca llegar- hasta la firme finalidad con la que su hermana una vez le dijo que no importab...