Capítulo 9

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Charlotte

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Charlotte

Tomé una pequeña bolsa y metí lo necesario para pasar un noche fuera de "casa", corrí escaleras abajo y grite:

-Iré a dormir a casa de Laura.- Tomé las llaves y salí de casa, no sin antes escuchar a mi madre gritar.

-¡Con permiso de quien!

No necesito pedir permiso, y menos a ustedes, quienes me obligan a tomar estas decisiones.

Corrí por la calle hasta sentir que caería al suelo y me desmayaría. Llegue a la parada de autobuses más cercana de mi casa y espere a que el próximo autobús llegará.

Al llegar, sus puertas se abrieron y me tope con un rostro arrugado, lleno de empatía y lástima.

El señor Andersen me conocía a la perfección, bueno, pero para él, mi rostro ya era tan familiar que siempre me saludaba al verme, e incluso me sacaba un poco de plática.

-¿Problemas?- preguntó con una sonrisa dulce.

Asentí con la cabeza. Es un señor mayor de setenta años, y a veces disfruto las pequeñas charlas que tengo con él.

-¿Cómo has estado?- tomé asiento en los de hasta enfrente, donde pudiera verme. El autobús no arrancó.

-¿Qué le puedo decir?- solté una leve risita llena de tristeza.-¿Cómo le ha ido con su dolor?

-¿la espalda?- me hizo un ademán para restarle importancia al asunto-.Bien. Mi hija me lleva a fisioterapia, así que el dolor disminuyó desde tu anterior visita.- su sonrisa se mantuvo en sus labios.

-Me alegra escuchar eso.- sonreí levemente.

-Sabes que tu lugar siempre estará para tí-.movió la cabeza en dirección al final del autobús.

-Gracias.

Me levanté del asiento, caminé hasta los últimos asientos al final del autobús y tomé asiento. Tomé la pequeña manta que estaba en uno de los asientos y me cubrí con ella.

Después de cierto tiempo, el señor Andersen me había dejado una pequeña manta. Lo agradecí tanto, pues a veces salí tan deprisa que olvidaba mi sudadera. Como hoy.

Me recargue contra la ventana y estiré mis piernas sobre los otros asientos. El autobús no tardó en arrancar. Me coloqué mis audífonos inalámbricos y le dí play a mi playlist.

Miré hacia la ventana, como las casas y establecimientos quedan atrás. No tardamos en entrar en carretera abierta. Unas cuantas lágrimas se escaparon de mis ojos, y creo que agradecí eso. Aquí es donde me permito llorar y sentir sin restricciones.

La oscuridad de la noche era iluminada por pequeños postes de luz. La luna brillaba con gran intensidad que me hacía preguntarme una sola cosa:

¿Por qué brillas tanto si siempre estás sola? Está rodeada de infinidad de estrellas, y aún así brillas con gran intensidad; como si quisieras opacarlas.

Me limpie el rastro de lágrimas sobre mis mejillas. Juguete con la manta que me cubre las piernas, mientras mi imaginación vaga.

¿Nunca han deseado que les suceda un accidente trágico donde pierdan la vida o están gravemente de salud? ¿No? Bueno, creo que soy la única rarita.

Estoy divagando demasiado, pero no puedo evitarlo, es mi mente quien se autosabotea, es como si le gustara sufrir. Que masoquista es mi cabeza.

Miré las siluetas de las enormes montañas que se veían a lo lejos, pero algo me hizo distraerme, no algo, sino, alguien.

Una moto paso a toda velocidad, llevaba una camisa blanca, creo, mientras que un casco completamente negro le tapaba la capeza completa. Lo miré con atención hasta que desapareció por completo.

Normalmente no pasan muchos autos a estas horas en esta carretera.

El autobús hizo su transcurso de cada noche: Llegó a la ciudad vecina, y transportó a unas cuantas personas de vuelta a mi ciudad. Lo de Laura es una fachada para que me dejen salir de noche. Era casi el amanecer cuando por fin el autobús se detuvo frente a la parada donde me había recogido.

-Animo, nena. La vida es dura, pero no cruel.- volvió a mirarme con su sonrisa dulce, mientras que unas enormes ojeras se formaban debajo de sus ojos.

-Descanse, y tenga buen día.- le sonreí de vuelta.

-¡Buen día!- fue lo último que escuche antes de bajar del autobús y que este se fuera a toda prisa.

Seguí caminando por la calle, no pienso volver a "casa", aún no.

Camine hasta llegar a un puente que atraviesa una carretera transcurrida, para que los peatones puedan atravesar sin riesgos.

Me senté en la orilla y pase mis piernas por el barandal, dejando que colgaran. Siendo el barandal mi único impedimento para lanzarme.

Lo imposible Donde viven las historias. Descúbrelo ahora