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Orys Baratheon se encontraba en una reunión con el nuevo Lord Darklyn. El joven, temeroso y consciente de su posición precaria, se inclinaba ante Orys, rindiendo sus castillos y los pocos hombres que le quedaban a favor de Aegon Targaryen. Orys observaba complacido, sabiendo que esto significaba un obstáculo menos en el camino que Aegon había trazado para su conquista.

Después de la coronación de Aegon y de haber tomado su puesto como Mano del Rey, Orys había sido enviado a las Tierras de los Ríos para comprobar la lealtad de los señores hacia Aegon y ver si estaban preparados y dispuestos a luchar en las próximas batallas. Hasta el momento, su misión había resultado gratificante al ver la disposición de los señores locales hacia su nuevo rey.

—Mi Lord— dijo el joven Darklyn, su voz temblorosa— he decidido entregar todos nuestros castillos y hombres a favor de Aegon. No queremos más conflicto y deseamos servirle lealmente.

Orys asintió, satisfecho con la sumisión de Darklyn. El joven lord no representaba más problemas ni para él ni para Aegon. Con un gesto, Orys indicó que aceptaba la rendición y que Darklyn podía levantarse.

—Muy bien, Lord Darklyn. La lealtad y la sumisión son las decisiones más sabias en estos tiempos. Aegon recompensará a aquellos que se alineen con él.

Después de la reunión, el Lord Darklyn ofreció cortesmente a Orys quedarse a descansar esa noche en el castillo, para que así, al amanecer, pudiera regresar al lado del rey con toda su energía. Orys aceptó la oferta y fue conducido a los aposentos que ocuparía aquella noche.

Una vez instalado, Orys se sentó en un escritorio y escribió una carta a Aegon, relatando la situación con la casa Darklyn y asegurándole que la lealtad de los Darklyn estaba garantizada. También le informó que regresaría al consejo a la mañana siguiente. La carta, breve pero precisa, destacaba la sumisión de Lord Darklyn y la paz asegurada en ese sector.

Poco después, un sirviente llamó a la puerta, invitando a Orys a una cena con el lord. Aceptó y se dirigió al comedor principal, donde fue recibido con una mesa llena de exquisiteces. El vino fluía abundantemente, y la comida era de la mejor calidad que el castillo podía ofrecer.

Durante la cena, Lord Darklyn intentó mostrar su gratitud y lealtad a través de palabras amistosas.

—Es un honor tenerlo aquí, Orys Baratheon. Estamos comprometidos con la causa de Aegon y dispuestos a apoyar en todo lo que sea necesario— dijo Lord Darklyn, levantando su copa en un brindis.

Orys sonrió, levantando su copa en respuesta.

—A la lealtad y la amistad, Lord Darklyn. Aegon valorará vuestro compromiso.

La cena transcurrió sin incidentes, llena de conversaciones sobre la campaña de Aegon y las estrategias futuras. Cuando finalmente terminó, Orys se despidió cortésmente y se retiró a sus aposentos.

Al entrar, encontró la imagen de un baño caliente esperándolo, el vapor llenando la habitación con un aroma relajante. A un lado de la habitación la figura de una bella mujer esperaba por  atenderlo. Era una doncella de cabello dorado que caía en suaves ondas sobre sus hombros, ojos verdes como esmeraldas y piel pálida como el marfil. Su figura esbelta y su porte elegante la hacían resaltar. La mujer se acercó a él, haciendo una profunda reverencia.

—Bienvenido, mi lord. Por favor permitamos ayudarlo con su baño y a relajarse—dijo, mirandolo fija en los ojos del hombre.

Él no se negó. Complacido, la acompañó hasta la bañera, donde, con la ayuda de la doncella, se despojó de sus ropas y entró en el agua caliente. Su cuerpo reaccionó plácidamente al contacto con el agua y su mente se relajó con los aromas perfumados que llenaban la habitación. La doncella comenzó a masajear sus hombros con sus manos suaves, arrancándole un suspiro de alivio.

LA SOMBRA DE LOS DRAGONES| El Legado De Verena Vengerberg Donde viven las historias. Descúbrelo ahora