Capítulo 9 - La autenticidad se esconde en el humo del cigarro

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—Piedra, papel o

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—Piedra, papel o... ¡Tijera! —dice Theo resonando su voz en las paredes del almacén. Yo pongo mi mano izquierda hecha un puño y él muestra su mano extendida, ambos nos miramos y él sonríe victorioso—. Yo gano. Y de una vez te digo que no te vayas a poner triste cuando pierdas, porque te advierto que tengo una enorme suerte para este tipo de juegos. —Le doy el avión rondando mis ojos y mi vecino repite la frase—. Piedra, papel o... ¡Tijera! —Esta vez soy yo el que sonríe sin ocultar mi alma competitiva.

—¿Dónde está tu suerte ahora? —Observamos nuestras manos identificando al ganador. Yo tengo mi mano simulando una tijera y él un papel. Estamos empatados, la próxima y última ronda definirá el ganador de este bobo juego.

—Piedra, papel o... ¡Tijera! —Miramos nuestras manos y yo arrugo las cejas con molestia mientras él celebra sin tapujos mi fracaso. Había sacado una tijera y Theo una piedra, dejándome 2 a 1. Alza las manos, baila un poco y me señala con burla—. ¡Te lo dije, pecas! ¡La suerte y yo somos uno mismo, soy invencible!

—Tsk —respingo—. Sí, sí, como sea. ¿Y qué es lo que me ibas a pedir si ganabas? —pregunto porque me creaba mucha curiosidad saber qué clase de estupidez me obligaría a hacer.

Yo estaba tranquilo hasta hace unos momentos; barriendo el suelo del almacén en soledad al no tener absolutamente nada más que hacer. Era sábado, me la había pasado leyendo toda la tarde de ayer y de pronto sufrí de un bloqueo lector por la abrumación de mi mente. No hallaba cómo deshacerme de este inoportuno detalle, que lo único que se me vino a la mente fue hacer lo que el Mtro. Pavel hacía cuando se le cerraba la mente ante los libros, y esto era hacer quehacer a lo desgraciado.

Ya había limpiado de pies a cabeza mi departamento. Entonces el último lugar disponible era el almacén, donde tiempo después llegó la indeseable presencia del rubio con complejo de Pinkie Pie. Me propuso jugar una ronda del juego sin siquiera saludarme, ofreciéndome algo a cambio de mi victoria, no obstante, obligándome a obedecer sus órdenes si perdía.

Theo mira el techo pensativo, como si no supiera qué sugerir. Estoy seguro que ya sabe su petición, incluso mucho tiempo antes de encontrarme, solo se hace el tonto.

—Abrieron un local de bolos a unas calles de donde trabajas. Acompáñame —demanda con una sonrisa. Alzo una ceja al escuchar su petición, que más que petición parecía una orden. De esa manera, menos ganas me dan de hacerle caso aunque haya perdido legal y públicamente ante él. Me cruzo de brazos y mi molestia le llega más rápido que el aire.

¿A los bolos? Si los bolos son la cosa más aburrida del planeta, ¿por qué este sujeto quiere ir a meterse a arrojar bolas por una pista? Que rarillo.

—De todos los lugares de los que pudiste escoger... —dije en un reclamo, mas sin embargo, Theo coloca su palma frente a mí, indicando que guardara silencio.

—Antes de que sigas, ayúdame a recordar quién de los dos perdió contra mí en un noble juego de piedra, papel o tijera —reitera con calma—. Además, alguien de nosotros necesita fotografías para llenar un reporte para seguir con su carrera. —Se lleva la mano al mentón—. Hmm, ¿quién de los dos podrá ser el desafortunado? —Camina un poco por el almacén, mofándose de mí descaradamente.

Notas de un verano felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora