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Por más loco que se escuche, aquella misma tarde regresé a mi departamento con la distracción y la duda manejando mi cuerpo; sintiéndome ensimismado en mis propios monólogos internos y sin tener una brizna de conocimiento en saber que voy a hacer después. Una ajetreada avalancha de problemas sin resolver.
Si le contara cómo me siento justo ahora al Aren de hace unas semanas, me hubiera rajado el cuello con la primera cosa que encontrara. Y no es exageración, porque me conozco, soy la única persona que de verdad lo hace.
Estas emociones las hubiera catalogado como invasoras y estuviera creando planes de cualquier tipo para extraerlas de mi cuerpo, ya que, para mí, son una completa distracción. Este juicio hoy me hace mucha falta, porque la conglomeración de sensaciones que nunca antes se paseaban dentro de mí, me hacen sentir desfallecer.
No sé muy bien cómo manejarlas y ni a dónde llevar el rumbo de la situación. Me estoy quebrando la cabeza con algo tan simple y me enojaba mucho, porque en otras circunstancias ya sabría perfectamente qué hacer.
Reconozco la proliferación de un sentimiento ácido cada vez que observo a mis compañeros de trabajo que también son mis compañeros de escuela. Darme cuenta de que todos en su mayoría son alumnos excepcionales o con mucho dinero respaldando su honor y que esa es la razón que los trae por aquí.
Sus inigualables notas les dieron la oportunidad de realizar su servicio comunitario en otro condado con el fin de sacarlos de su zona de confort, según un dicho muy recorrido por los pasillos de los altos mandos.
Pero sentirme acaparado por los ojos de un maestro que perdió la fe en mí, o que la está perdiendo, me crea un inefable y pernicioso agujero en mi corazón. Lo que me hace voltear con vergüenza la cabeza cada que veo mis calificaciones o mis trabajos, mis largos proyectos y las ostentosas firmas de los profesionales en mis cuadernos dictando un excelente. Pienso con detenimiento qué es lo que sucede y solo puedo deducir que mi ego ha sido rasgado, preguntándome si de verdad merezco eso si soy como soy.
Iba de camino a la biblioteca. Era mucho más temprano que otros días, porque hoy a Sahara se le ocurrió la magnífica idea de designarlo como "el día de la limpieza". Lo que nos obligaba a todos los empleados del turno matutino arribar al establecimiento dos horas antes de lo usual a dar una limpieza profunda a cada rincón de la biblioteca a causa de la escasez de personal de aseo.
Siempre escucha una que otra voz quejándose de esto mismo, que el extendido de horas de servicio fue lo peor que les pudo haber sucedido, y en sí, yo opinaba igual. Pero si tan solo supieran el castigo que me impusieron a mí, no estarían recriminando tanto.
Acababa de salir de casa, caminaba por la banqueta con mis audífonos puestos con el volumen a un nivel que podría causar daños permanentes, pero no me importaba, me preocupaba más quedarme sin música durante mis caminatas mañaneras que no escuchar con claridad en un futuro no tan lejano.
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Notas de un verano feliz
Fiksi RemajaAren, un chico grosero y malhablado, es enviado por su universidad a una pequeña ciudad para hacer trabajo comunitario en una vieja biblioteca. El principal objetivo es ayudarlo a desenvolver habilidades sociales que le ayuden a convivir mejor con...