HAMSEL I

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—¡Esto es gigante! —gritó Hamsel esperando que las paredes del enorme y deshabitado salón le devolviesen sus palabras "Esto", "Esto", "Es", Es", "Gigante", "Gigante".

—Baja de ahí, te caerás —el señor Greg estaba de pie en medio de la plataforma central, donde todo ocurriría, observándolo todo—. Pronto llegará la audiencia.

—Nuestra audiencia —le corrigió Hamsel, que no permitiría que se le negara su parte del crédito. Había estado ayudando con gran parte del trabajo físico desde la mañana.

—Ah, mis disculpas. ¿Cuántos doctorados en microbiología tienes? —replicó el señor Greg. Su nombre real era Gregory, pero Hamsel prefería Greg—. Desde que te adopté no recuerdo haber visto ninguno.

Hamsel saltó a uno de los asientos de la tribuna, donde pronto estarían quienes asistieran a la presentación. Tenía los zapatos puestos y en cada asiento dejaba su marca cada vez que saltaba. Pasó de una silla a la siguiente, luego a otra y a otra.

—Decidí dejar mi firma en estos asientos —Hamsel le gritó entre risas a Gregory. Este lo fulminó con la mirada; Hamsel conocía esa mirada: "No más juegos".

Hamsel se echó en uno de los asientos. El señor Greg siempre era muy aburrido, pero esta vez era algo muy importante. El señor Greg había gastado muchos recursos para este momento, o al menos eso pensó Hamsel al ver el ostentoso lugar. Escrutó el enorme salón vacío, nunca había estado en un espacio cerrado tan amplio y elegante. Hamsel pensaba que había cerca de doscientas sillas minuciosamente ordenadas y posicionadas para que, en su conjunto, formaran una medialuna. Las filas eran escalonadas, por lo que la tarima se posicionaba en la parte más baja del salón. Detrás de la tarima podía verse una enorme pantalla, a la completa disposición de quien rentara el lugar.

Encima de la tarima, Hamsel había trabajado arduamente para traer dos contenedores enormes que contendrían un líquido del que había escuchado hablar a Gregory un millón de veces, pero por más que lo escuchaba nunca comprendía del todo y a Hamsel no le gustaba no entender algo, así que siempre pedía al señor Greg que lo explicara nuevamente. "Te lo expliqué anoche" le decía, "Pero no esta noche" insistía Hamsel. Eso ocurría muy seguido, pero siempre se rendía ante el sueño con un par de frases.

Los ojos de Hamsel brillaron cuando, proveniente de la puerta a su izquierda, entró la primera persona. El pequeño niño de nueve años contuvo su emoción y fue a saludar al hombre que llegaba. Era alto y menudo.

—Muchas gracias por asistir —Hamsel estrechó su mano y la sacudió una y otra vez.

—Es un placer —el hombre le dedicó una sonrisa.

De un momento a otro, Hamsel vio cómo por las puertas a su alrededor cada vez entraban más y más personas, un ejército de personas que ahora serian su público, en realidad el público del señor Greg. Eran mujeres mayores, caballeros jóvenes, hasta creyó haber visto a un niño. Quizás fuera su imaginación, no asistían niños a conferencias científicas.

Hamsel se alegró por vestir sus mejores ropas. Gregory no era la persona con el sentido de la moda más indicado, pero Hamsel se sentía bien presentado con su camisa de manga larga, perfecta para el frío. Para ello traía también una bufanda color cobalto, pantalón sencillo de tela y sus pequeñas botas oscuras como el ónice.

De un lado a otro continuó saludando e invitando a sentarse a cada persona que rastreaba, hasta que hubo un peculiar hombre que le negó su saludo, apartando la mano.

—Pequeño, ¿quién eres? —preguntó observando a Hamsel de arriba abajo—. Con permiso.

—Hamsel Taylor, un gusto —proclamó Hamsel, ofendido por la forma en que el hombre le había hablado—. Asistente del siempre increíble doctor Gregory Olson.

Un hombre olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora