HAMSEL II

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Los girones de su venda se habían desajustado. La pequeña mancha de sangre lo hacía lucir mucho peor de lo que era. Uno de los cristales en el incidente rasgó su antebrazo izquierdo y su muslo también izquierdo. En el caso de la pierna, solo consiguió hacerle una cortada minúscula, por lo que Hamsel ni siquiera se molestó en vendársela. Gregory lo instruyó hace tiempo sobre cómo limpiar y vendar una herida leve. El corte del brazo todavía dolía un poco.

"No es suficiente para derrotarme", pensó Hamsel con una sonrisa de oreja a oreja. Le gustaba aprovechar sus días, hacerlos lo más emocionantes posibles.

Se levantó de su asiento de nogal, con el nuevo vendaje completo, fijado con una nodriza. El señor Greg le había repetido incontables veces que descansara y no revoloteara por la casa. Hamsel había hecho lo posible por estar quieto, pero cuando se adentró en su taller, su ánimo se vio impulsado por todas las herramientas y materiales dispuestos a ser utilizados.

El pequeño taller era su acogedor aposento en el sótano, que el señor Greg le había regalado por su cumpleaños. Gregory no compartía su gusto por la mecánica, e incluso había insultado a todas aquellas profesiones que no aportaran nada completamente necesario para el avance humano. "Si quieres divertirte, te conseguiré un bufón. Si quieres un trabajo, en ese caso, busca estanterías y llénalas de libros."

"Conseguí estanterías, pero las llené de martillos, taladros y acero", pensó orgulloso Hamsel mientras observaba su imperio: estantes y cajones por todos lados. Algunos estantes estaban llenos de aserrín. El suelo era de concreto. Había una repartición casi equitativa de tornillos, cables, algunas llaves de diferentes medidas, una gran cantidad de chasos y sus botas mojadas, alejadas una de la otra. Apartó una mesa de acero torcida, donde había hecho una infinidad de cortes a olmos y nogales. En su pizarrón escrutó sus diseños para su último proyecto: un bastón para el señor Greg, hecho especialmente para su medida y con un agarre formidable. Recientemente, su forma de caminar se había vuelto más aparatosa. Aunque era graciosa para Hamsel, quería ayudar al señor Greg con algo, en especial luego de lo ocurrido.

No había pensado mucho en eso; no quería hacerlo. Era aterrador cada vez que lo recordaba. "Como una de esas películas de terror en la televisión", pensó Hamsel con desagrado y sintió escalofríos.

Escuchó gritos desde el piso de arriba. Rápidamente abandonó su adorado taller subiendo los escalones. Era el señor Greg. Llegó a la sala principal, a la cual Hamsel pensó que nunca podría acostumbrarse, incluso después de que hayan pasado cinco años desde que la vio por primera vez. Era enorme, con alfombras y los imponentes cortinajes rojizos como ciruelas, llenaban la sala de un color demasiado llamativo para Hamsel. "En mi casa, nuestras cortinas eran ropa vieja cocida por mi padre." Aquel pensamiento le provocó una risilla traviesa. Si se contempla detenidamente, la sala principal tiene un aire rústico y noble; era elegante a su modo.

El pensamiento de su padre le había generado añoranza. Cuando eso ocurría, Hamsel solo quería encerrarse en su fortaleza inexpugnable y llena de recuerdos valiosos: su taller. Cuando era aún más pequeño, su padre lo sentaba encima de sus hombros para que el pequeño pudiera aprender los trabajos de un carpintero. Nunca lo llevó al bosque a verlo talar un árbol; eso solo podía hacerlo hasta los diez años. Era demasiado peligroso. Pero su padre le había enseñado desde lejos cómo se usaba un taladro, sobre la destreza que se necesita para usar un cincel, sobre pinturas, barniz o lacas, elementos imprescindibles en la carpintería. "Un trabajo irrespetado", decía su padre. "Pregúntale a uno de esos pomposos hombres del estado quién fabrica sus camas y asientos, donde pueden poner sus culos."

Hamsel sintió cómo sus ojos se tornaban llorosos cuando recordó cómo le decía a su padre, a sus once años, "Te construiré una mecedora, así podrás descansar." Ahora pensaba que era algo tonto; una mecedora no libraría de todo el trabajo por hacer a su padre. Pero recordó esas palabras, punzantes como dagas: "Miro al cielo y pienso en tus palabras, me motivan cada mañana, hijo. Quiero una mecedora para descansar; soy un padre orgulloso." Aquel mismo año murió su padre, asesinado por negarse a ser robado. Él no estuvo ahí en ese momento y, a veces, agradecía por no haber estado presente.

Un hombre olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora