PROLOGO

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El callejón era lóbrego, las botas de Lym estaban pisando el rastro del ya pasado invierno y pese a estar abrigado desde los pies hasta la coronilla, sentía que podría perder el conocimiento por el gélido clima de Pricsis. Kendrik se había acomodado a su lado, estaba echado en el suelo, en cuclillas y con los brazos extendidos sobre las rodillas mientras contaba un trio de monedas de plata que había encontrado hace tan solo unos minutos.

—¡Maldito frío! —dijo mientras observaba detenidamente la moneda—. Unos diez millones más de estas pequeñas brillantes y no tendría que volver a pisar esta ciudad.

—Te daré el doble si te largas ya —se burló Lym.

Laimer ya hace unos minutos no decía nada, si no estuviera moviendo los dedos de su mano constantemente para contar los segundos, Lym pensaría que Laimer murió de pie hace ya una media hora. Laimer fue incorporado a su pequeño grupo hace relativamente poco, no hablaba mucho, y cuando lo hacía era para situaciones muy concretas, hace unas semanas su superior traslado a "Chase" su antiguo compañero a otro sector, por lo que Laimer se incorporó al grupo.

—El maldito debió llegar hace tiempo —Gruñó Lym–. ¿No podía Félix elegir un mejor momento? Tenía una jodida cerveza en mi boca.

—Siempre hay una cerveza en tu boca —dijo Laimer, lo cual sorprendió a Lym—. Silencio, se acerca, escucho sus pasos.

A Lym comenzaba a irritarle el nuevo. Siempre con su rostro frío y solemne, aunque debía admitir que era efectivo en los encargos. Nunca había visto gente desembolsar dinero tan rápido. El cliente apareció desde el otro lado del callejón, parecía aturdido. En cuanto se acercó, trastabilló con un bote de residuos y caminaba de forma desesperada. Lym se había disgustado de que Félix lo interrumpiera durante su tiempo libre; sin embargo, necesitaba dinero extra y, por alguna razón, la paga era más elevada de lo normal. El trabajo era cobrarle a un hombre que llevaba casi un mes sin pagar el dinero que debía a cambio de la Doximina, y a Félix no le gusta que le deban.

—Tardaste demasiado —dijo Kendrik, levantándose del suelo y agarrando sus tres monedas.

Lym observó que el hombre se veía en mal estado. Le castañeaban los dientes y se veía pálido. Es verdad que estaban a baja temperatura en Pricsis, pero habían pasado por peores climas allí, especialmente en el invierno que se acababa de ir.

—Ey, Lym, mira a este tipo —Kendrik abrazó al hombre con un brazo y se puso a su lado. Parecía incómodo—. Te ves como la mierda, amigo. Espero que no nos traigas malas noticias.

—¿De dónde vienes? —preguntó Laimer.

El hombre miró detenidamente a Kendrik, que estaba arrimado junto a él, y luego desvió la mirada. Lym comenzaba a impacientarse.

—No me gustan las malas noticias —Lym se acercó. Con el dedo índice, desde la barbilla, le levantó lentamente la cabeza y percibió que su piel estaba increíblemente sudorosa—. ¿Tienes el dinero?

—Un centro médico, vengo de un centro médico —dijo el hombre con voz lenta y pausada. Lym se dio cuenta de que había ignorado su pregunta.

—¿Por qué? Explícate —Laimer por fin se movió de su sitio, dejó de mover incansablemente los dedos y metió las manos en los bolsillos.

-No tenía dinero para esto – Dijo arrugando la cara, lleno de preocupación – Escuché que te daban cierta cantidad por donar sangre, especialmente en estos tiempos de enfermedad.

—Ey, pequeño muerto, ignoraste mi pregunta —Lym le dio unas palmaditas en el cachete.

—Tiene efecto post-donación —Laimer le tocó la frente—. Está ardiendo.

Un hombre olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora