Capítulo 3

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¿Es así a menudo? –preguntó Juliana.
-No, afortunadamente –contestó Val mientras se pasaba la mano por el pelo.

Fue un gesto nervioso, como si aún esperase que sus dedos quedaran enredados en los largos mechones de pelo, que hasta hace poco le llegaban hasta las caderas; como si pudiera habituarse al cambio.

Parecía cansada y a Juliana no le sorprendía. Eran casi las seis y media.

La cocina estaba impecable y las sillas estaban colocadas encima de las mesas. Ella acababa terminar de aspirar el suelo de la galería, mientras que Val aún estaba barriendo el salón de té. No habían tenido un solo cliente hasta el mediodía, cuando, con solo dos minutos de diferencia, entre uno y otro, tres coches habían llegado. Después de aquello, no habían parado en todo el día. Val había trabajado sin parar, sirviendo las mesas, entrando y saliendo de la cocina y cobrando a los clientes, mientras que Juliana había estado sirviendo mesas y lavando platos. También había vendido dos cuadros de paisajes marinos y un jarrón, muy feo y grande. De hecho, ella todavía no se lo había dicho.

-¿Vendiste eso? –preguntó Valentina con los ojos abiertos de par en par-. ¿El verde…? ¿El jarrón grande…?.
-Sí, ese mismo.
-¡Menos mal! Creí que nunca me desharía de ellos, aunque habían logrado dejarla de lado desde el mediodía.

Aquello contribuyó a relajar la tensión existente entre ellos, aunque habían logrado dejarla de lado desde el mediodía.

Ella se apoyó en el palo de escoba. Sus manos temblaron un poco y de repente pareció sentirse nerviosa y mareada, como si habiendo sobrepasado el límite del cansancio, estuviera aguantando solamente por los nervios.

Juliana pensó que no habría dormido bien desde la noche anterior y se sintió culpable. Aunque de todos modos, tampoco sabía cómo podría haber suavizado su repentina aparición en la vida de Val.

-Lo dejaron cuando cerró una exposición que no salió muy bien –dijo ella-, y el artista ya no vive en la zona. ¿Cómo conseguiste…?
-Hipnosis –contestó la morena seriamente.

Hubo un momento de silencio y entonces Val se echó a reír. El sonido fue un gorgorito musical y surgió desde lo más profundo de su interior. Aquella era la primera vez que Juliana la veía hacerlo, y ella parecía sorprendida de que hubiera sucedido. La morena tuvo la sensación de que quizá Val no se riera muy a menudo. Estaba segura de que pasaba demasiado tiempo sola.

En aquel momento, tenía la cara iluminada y sus ojos parecían más azules que nunca.

Val balanceó el palo de la escoba de una mano a otra, mientras su cuerpo seguía la misma cadencia rítmica.

-Estoy tan cansada que casi te creo.
Se rio de nuevo, pero en aquella ocasión fue más natural.

-No. En serio –dijo la morena-. Simplemente le di la razón a la clienta cuando comenzó a hablar de su forma lírica y de la profundidad del brillo del jarrón.
-¿De verdad? Te estoy muy agradecida –dijo al tiempo que apartaba el pelo de la frente.

Para ella no tuviera tiempo de lamentarse de haber dicho aquello, Juliana continuó hablando.

-¿Has terminado?

Val miró vagamente el suelo.

-Probablemente. He perdido la pista de dónde empecé.
-Está inmaculado. Deberías cerrar y comer algo; las dos deberíamos comer. Hay quiché, ensalada, pasta y bollos mohosos. ¿Qué te parece?
-Ya están empaquetados en una cesta en la cocina.
-¿Siempre te alimentas de los restos del salón de té?
-No. Algunas veces complazco a los cerdos de la zona –dijo sonriendo.

De nuevo, aquella sonrisa la afectó de tal manera que quiso volver a verla feliz más a menudo.

-Pero esta noche –añadió ella-. Nos comeremos las sobras porque estoy demasiado cansada para ir a la ciudad y porque los restaurantes que sirven comida a domicilio no vienen hasta aquí.

El Amor que vino del Mar (Adaptación gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora