Silvina había sido la que le había inculcado el miedo y la que la había enseñado a apartarse de los demás.
-Nadie tendría que ver lo que tú has visto –solía decirle-. Nunca volveremos, a menos que tu padre venga a buscarte en persona y nos asegure que Pacífica vuelve a ser un sitio seguro para nosotras. Prométemelo.
-Te lo prometo, Silvina. Solo volveremos si es seguro.
A medida que Val se hacía mayor, Silvina le repetía lo mismo, pero de manera más sofisticada.
-Si es necesario, nos ocultaremos aquí para siempre –le decía-. El rey León solo vendrá a buscarnos si es seguro. Si tenemos cuidado, nadie sospechará que somos criaturas del mar. Los humanos no tienen ni alma ni juicio, y nunca se les ocurriría pensar que sus estúpidas leyendas acerca de la gente del mar tienen un elemento de verdad –continuó su guardiana-. Jonny tenía razón cuando le decía a tu padre que debemos utilizar nuestro parecido con los humanos para obtener de ellos lo que necesitamos, pero nunca debemos cometer el error de pensar que son nuestros iguales. Y sobre todo tú, Valentina. Eres una princesa del mar y no debes olvidarlo.
Por supuesto, Val no había creído ciegamente en lo que Silvina le decía, sobre todo siendo una chica que entraba en la rebelde adolescencia y comenzaba la búsqueda de su propia identidad. Pero gran parte sí había calado en ella, dando forma a la mujer en que se había convertido.
Cuando nadaba, lo hacía en secreto y casi siempre de noche, porque nunca sabía con exactitud cuánto tiempo tardaría en formarse su membranosa cola. Nadie le había enseñado nada acerca del proceso químico y psicológico, así que mediante el proceso de prueba y error, había logrado un confuso entendimiento. El cambio era más rápido cuando había luna llena y más lento cuando el agua estaba fría; también influía la salinidad del agua.
Si Silvina tenía conocimientos del proceso, nunca se los enseñó. Le había prohibido que nadase en el océano.
-Podrían matarte como si fueras un pez si descubriesen tu cola. Ni siquiera te daría tiempo a gritar. O podrían capturarte y torturarte en nombre de la ciencia.
Al principio, Val había intentado rebatir aquello, alegando que sería seguro darse un corto baño, incluso a plena luz del día, siempre y cuando saliera del agua a tiempo. Su cola tardaba al menos quince minutos en comenzar a formarse.
Pero Silvina no quiso oír hablar del tema, así que Val nadaba en secreto y con sentimiento de culpabilidad. Lo había estado haciendo desde los catorce años, y hasta los veinte lo había hecho con más sentimiento de desafío que de culpa. Fue tras la muerte de Silvina que Val comenzó a sentirse culpable; aquella mujer había trabajado y sacrificado mucho por la seguridad de Val, creyendo sinceramente que el océano era demasiado peligroso.
-¡Pero no puedo olvidarme de ello! –se había repetido una y otra vez a sí misma, durante los dolorosos primeros días de luto por su guardiana-. Haré todo lo demás que ella me pidió: conservaré mi pelo, seré dueña de mi propio negocio y no me acercaré sentimentalmente a nadie. Tenía razón, las amistades son peligrosas. Lupe y mi madre pensaron que su amistad sería suficiente para mantener la paz en Pacífica, pero se equivocaron. Y nunca me enamoraré de un humano.
En aquel tema, tenía la prueba de que Silvina había tenido razón. Val tuvo un novio en el instituto que, tras salir con ella unas cuantas veces, y justo cuando comenzaba a bajar la guardia, le dijo que no quería continuar porque le parecía que había algo extraño en ella.
Después de aquello, Val rechazó a otras citas y al cabo del tiempo los chicos dejaron de invitarla a salir.
-Nunca tendré un hijo porque podría convertirse en tritón. Pero a veces necesito salir a nadar porque si no, moriré…
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El Amor que vino del Mar (Adaptación gip)
Fiksi PenggemarPor el bien del reino: Dirigido a: La reina Juliana de Pacífica De: Su leal súbdita Lauren Recibimos con gran alegría el mensaje en el que nos comunicaba que había localizado a tres de los cuatro hermanos perdidos. Según tenemos entendido, la mayor...