El color de la miel.

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CAPÍTULO 2: "El color de la miel".

Davos POV

Podía casi sentir su mirada sobre mí, pero me obligue a seguir con la vista al frente mientras avanzaba de regreso hacia las tierras de mi padre.

Mi corazón estaba golpeando con fuerza mi pecho, como siempre me pasa en nuestros altercados. Mis dedos hormigueaban dentro de mis guantes. Y aún así mi máscara siguió en su lugar. Tan en su lugar, que ya no podía deshacerme de ella.

Este era yo, o al menos lo que mi familia había hecho de mí.

Mientras camino por el tramo de bosque sólo y tranquilo, me permito pensar en lo que hubiera sido. Lo que hubiera sido si yo no fuera como soy, si no fuera quién soy. Era una costumbre estúpida que tenía, que siempre me dejaba alterado y molesto por lo débil que me hacía sentir.

Y justo ahora no podía permitirme que nada me debilitara. No con los rumores de guerra tan cerca. Incluso el viejo maestre del castillo decía que los árboles estaban cada vez más atentos en espera del rugido de un dragón.

Pero a pesar de todo mi cuidado, de todas las exigencias de mi hermano, las mías y las órdenes de mi padre por mantenerme alejado de los problemas, ver a Aeron Bracken parecía una necesidad asquerosa. Era vil de mi parte necesitar a mi enemigo. Porque era casi una exigencia la que sentía en los huesos por tener su atención. Por escucharle hablarme incluso.

Y aunque no era algo nuevo, nunca había sentido ese tirón tan fuerte como en los últimos días. Traté de resistirlo, traté de concentrarme en otra cosa. E incluso casi le roge a Ben que me llevará con él cuando nuestro padre lo envió a sondear el ánimo de los demás señores ribereños, que se preparaban para marchar pronto y cerrar filas si era necesario con la reina Dragón.

Pero aquí estaba yo, en medio del camino de vuelta a casa pensando en las palabras de ese Bracken, cuando debería estar pensando en la guerra.

Todo este enredo entre nosotros había comenzado hace tres años, cuando él había venido a vivir con su tío Lord Amos Bracken para terminar su entrenamiento y ser un caballero de su casa. Ambos teníamos quince años en ese entonces, pero aún recordaba el día en que supe con certeza que me estaba convirtiendo en un traidor a mi sangre. Y me di cuenta que tenía que evitar a toda costa que alguien más lo descubriera. Porque saber lo que yo sabía, era razón suficiente para que mi familia me matara.

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3 años antes.

Lo primero que noté de él fue su cabello, de un café lo suficientemente claro para asemejarse a la miel pero sin llegar a ser del todo rubio. Los rasgos de su cara eran tan delicados y elegantes que casi podía pasar por una chica. Tenía la nariz recta, sin señales de alguna rotura. Su piel parecía tan suave, sin ninguna cicatriz a la vista. Y sus ojos eran tan claros, puros, parecían el tipo de ojos que no han visto morir de forma horrible a nadie.

Todo lo contrario a mi, pensé.

Y tener esa certeza me provocó un extraño tirón en el pecho.

Mire alrededor, buscando amenazas pero no parecía que hubiera alguna. Simplemente estaba él, atacando al árbol con su espada. Su técnica no era mala, simplemente la mía era mejor. De eso se habían asegurado tanto mi padre como mi hermano.

No iba vestido con la parafernalia de un lord, su ropa era sencilla pero de gran calidad. Las botas estaban limpias y parecían casi nuevas. No llevaba ningún broche que marcará su casa pero estaba claro que era noble, aunque nunca lo había visto en estas tierras.

—¿Quién eres?— le pregunté de forma brusca y grosera.

Se sobresaltó pero se recuperó de forma rápida, y pasó de jugar con el árbol a apuntar su espada contra mi con una mano firme. Me agradó de inmediato.

—Estás en tierras ajenas, Blackwood— me informó, viendo con desprecio el broche que sujetaba mi capa. Y entonces toda esa curiosidad se agrió dentro de mi.

—Así que sólo eres otra escoria de Bracken— deduje con voz fría y distante, estaba de regreso en mi papel. —Pero eres una adquisición nueva al parecer. ¿Se quedaron sin putas en el castillo?

Sabía que él ya me odiaba sólo por la sangre que corría en mis venas, pero me gustaba darle razones de peso a las personas para que mantuvieran ese sentimiento. Una forma fácil de conseguirlo era atacar verbalmente primero.

Y funcionó, sus mejillas se enrojecieron de ira. Pero mi mente estaba más fascinada con la idea de su sangre corriendo caliente y reflejándose en su piel.

—Ya veo, un salvaje al igual que todos los demás de tu casa.— dijo y su boca se torció con disgusto, como si oliera algo pútrido. —Tendré que pedirte que te retires, y regreses al pozo de mierda del que saliste.

Tenía que concederselo, tenía agallas.

O solo era estúpido. Daba lo mismo, porque su respuesta hizo que sonriera. Y entonces él pareció encogerse por eso.

Debo parecer un psicópata, me preocupé por un momento antes de recordar quién era él y quién era yo.

—Vuélveme hablar de ese modo y tendré tu maldita cabeza, niño bonito.— lo amenace aunque no había planeado llamarle de ese modo. —La clavaré en un pica y la pondré como bandera en el límite oficial de las tierras de tu familia para que así recuerden su verdadero lugar.

Él ni siquiera parpadeó, solo se quedó mirándome. Y después de segundos, se volvió incómodo.

—Quizá la próxima vez estaría bien que enviarán a uno menos idiota a merodear por aquí.— me burle.

Y pareció despertar algo dentro de él.

—Dulce de tu parte asumir que volverán a soltar tu correa, Blackwood. Pero si corres con suerte y te escapas de nuevo de tus amos, te estaré esperando.

Su voz era clara y firme, sin titubeos. No estaba acostumbrado a que las personas me respondieran así. Era refrescante.

—Trae tu espada, Bracken, y yo traeré mi cuchillo para jugar.

Me di la vuelta, dándole la espalda y comencé a caminar de regreso. Sentí como me recorría un escalofrío por estar dando casi una invitación para que me matara. Pero a pesar de que estuve atento a cualquier ruido que delatará un movimiento de su parte, este nunca llegó.

Dejó que me fuera.

Y cuando volví al castillo, a pesar de mis mejores esfuerzos, recabé la información suficiente para saber que el nuevo Bracken se llamaba Aeron e iba a ser algún día caballero. Lo que me hizo odiarlo, odiarlo de verdad. Porque él iba a ser libre, iba a ser el niño dorado de su casa una vez que tomará los votos de caballero y le jurará lealtad a su tío. Y yo solo era una ficha en el tablero político de mi familia. Era la ficha bajo la manga de mi padre y de mi hermano mayor.

Pasé semanas alimentando mi rabia, no entendía el porqué pero sabía que no se lo podía decir a nadie. No me lo podía ni siquiera decir a mi mismo. Y después de rumiar la idea por noches seguidas, llegue a la conclusión que tenía que matar a ese Bracken en particular. Quizá hubiera sido sabio haberlo matado ese día y así evitarme esta miseria de sentimientos confusos de mierda.

Pero entonces mi hermano Ben, harto de mi, y de que golpeará casi con demasiada ferocidad a los demás chicos de la casa que entrenaban junto a mi, me llevó a su burdel favorito para que me desahogará de otra forma. Me prometió a cualquier prostituta que yo quisiera y después de horas bebiendo, cuando ya estaba lo suficientemente borracho, escogí a la chica linda y pálida, la que tenía el cabello largo del color exacto de la miel.


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Gracias por leer, por sus votos y sus comentarios. 

-Angie. 

Blackwood x BrackenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora