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"Sound it out to an empty house"
—Searows, House Song
IVY
No importa cuánto tiempo pase, ellos nunca acaban con su costumbre de abandonarme.
Hace cinco minutos, papá manda un mensaje de que otra vez no podrán visitarme. Desde que me mudé no han venido y de eso ya dos meses y medios. No es grande la sorpresa, que estén ocupados nunca ha cambiado.
La gente suele decir que no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes, pero otra vez confirmo que toda mi vida he sido nada para ellos. Sus llamadas no son para preguntar por mí, nunca lo han sido. Es para desahogarse de sus propias vidas o de nombrar diferentes eventos que no me competen, ni a ellos. Sus días son vacíos.
La muerte cambia muchas cosas, pero a las personas las trastoca de una manera casi irreparable. Algunos aprenden a vivir con ello, otros no. Mis padres definitivamente no.
Desde que falleció la familia de papá siempre se ha visto muy abatido y creo que pasa en sus recuerdos la mayoría del tiempo que no discute con mi madre.
Desde que encontramos a la abuela en el piso y el grito de mi madre al caer acunándola contra su pecho me caló dentro, nunca ha sido la misma. Su mirada sobra de rojo y bolsas violetas como pesadillas. Su tono se volvió severo y desagradable. Cada movimiento es en contra de su ser y por eso tomé cada papel que ella tenía como mío. Esperaba alivianar su dolor, que era más que visible, pero al contrario solo me sirvió para oír más gritos por casa.
Muchas veces las discusiones no tenían sentido pero mamá se enfadaba incluso por el orden de mi padre en su propio lado del clóset. De vez en cuando papá solo guardaba silencio, me miraba con rostro de derrota y se iba a hacer de las suyas al lado más lejano de la casa o simplemente se marchaba a cualquier sitio que le trajera algo de paz. Una vez le pedí si me podía llevar con él pero me dijo que ahí no permitían a niños.
Ahora sé que se iba a botillerías, me lo confesó una noche en la que volvió apestando a whisky, el rostro lleno de lágrimas y me preguntó si podía dormir conmigo, que extrañaba a su pequeña estrellita. Ese día entendí que estaba bien llorar, pero yo no lo hacía porque siempre debía calmar a los demás.
Una pareja en duelo es demasiado para un solo hogar tan roto como el mío.
Me convertí en un fantasma en casa, hacía los deberes, estudiaba y cuidaba del jardín tan silenciosa como una planta. Mi parte favorita era visitar a Mar porque podía ser ruidosa de las maneras que quisiera, pero todas las puertas se me habían cerrado tanto interna como externamente. Durante un tiempo mis tíos culparon a mi madre acusándola de descuidar a la abuela y aunque después de meses al fin aceptaron que en realidad no había nada más que hacer, no volvimos a esa casa en un largo tiempo. Hasta que me mudé, y aún así no vi a Mar ni a Tim.
Incluso ahora, sentada en mi sofá con las rodillas contra mi mentón y todo a mi alrededor en un completo silencio, me pregunto si las cosas fuesen diferentes podría dar vida en vez de quitarla.
Este hogar me alimenta de paz, pero también llega la nostalgia porque cada parte tiene historia. Miles de fotos en mi cajón me lo confirman. Sucedían muchas cosas por aquí. Espero algún día también me sucedan a mí.
Las haré real.
Algún día.
Porque seré capaz.
Intento ser.
Aunque ellos ya no estén.Nota de autora
Me gusta que la gente sueñe, porque puede ser real.
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La calle de las canciones
Teen FictionIvy es una estudiante que sueña recurrentemente con un chico que aún no conoce, pero jura que lo hará, eventualmente. Rune es su compañero que sigue pensando en su chica de las estrellas, una que conoció cuando tenía diez años y ha sido la única que...