ROMÁNTICO EMPEDERNIDO

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—¿En qué piensas? —Pregunta ella.

—En muchas cosas.

—¿Te sientes bien?

—No puedo dejar de pensar en papá, en Alán y en... —No fui capaz de terminar la frase.

—¿En qué más?

Acerco la taza a mis labios y bebo un poco.

—Me inquieta no saber qué elegir. Me da coraje no poder sentir que todo estará bien. ¡Me siento agotada! —Soy sincera con ella.

Asiente. El cansancio se ve en sus ojos, ha envejecido mucho estos días.

—Hoy fue un día pesado para ti. Creo que es hora de ir a descansar, quizá si duermes puedas sentirte mejor mañana —dice mamá.

Pero aunque sus palabras estaban llenas de buen ánimo, mi mente no encontraba calma a causa de lo que mi corazón sentía. ¿Angustia? ¿Amor? ¿Preocupación? ¿Cariño?

—¿Ma?

—¿Sí?

—¿Estuvo bien?

Su mirada me consuela y en su rostro veo cómo se irradia el cariño que ella siente por mí.

—¿Te refieres a lo que elegiste esta mañana?

—¿Ajá?

Ella bebe un poco de té. Me mira con dulzura y sonríe.

—Si tú sentiste que eso era lo correcto, entonces está bien. No debes pensar que está mal, el matrimonio no es una decisión sencilla.

—Alán no es mi novio.

—¿No lo es? Siempre lo veo muy atento a ti y tú sueles corresponderle de la misma forma.

—Es que somos buenos amigos.

—Pues parece que para él, tú eres más que una amiga. ¿Hablaste con él?

—No. No hemos hablado.

—Creo que eso sería un buen gesto de tu parte.

Mi taza ya estaba vacía. Eran las nueve de la noche. ¿Hora de irme a dormir?

—Gracias por tu consejo. Lo tendré en cuenta —me levanto de mi silla—. Es hora de ir a dormir.

—Sí. Ya es hora de irnos a dormir. Mañana puedes tomarte el día. No tengo ganas de hornear. Ya les avisé a tus hermanos que no irán a vender.

¿No salir a vender? Muy en el fondo, ella siempre era generosa y eso me conmovía mucho. ¡Ella también merecía ser feliz! ¿Cuándo podríamos dejar de sentirnos tan aplastadas?

—¡Gracias ma!

Me acerco a ella para abrazarla. Planto un beso en su frente.

—Descansa. Mañana nos vemos.

—Sí hija, descansa.

Estoy por subir a mi habitación.

—Ivin.

—¿Sí?

—¿Compraste la medicina de tu padre?

—Sí.

—¡Gracias! ¿Cuánto fue?

—¡No te preocupes! Estaba en rebaja, pude pagarla con mi dinero —mentí. La medicina no estaba en rebaja y gracias a mi sueldo nocturno, pude pagarla sin problema.

—¡Qué bueno! Gracias hija.

Subo a mi habitación y cierro la puerta. Pongo seguro en la cerradura, me recargo contra el muro y respiro con profundidad. ¡Algún día las cosas serían diferentes!

SI PUDIERA SALVARNOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora