Y ESO

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—¿A dónde dices que irás?

Estaba terminando de amarrarme las agujetas, mi celular estaba en altavoz mientras yo hablaba con Manuel. ¡Parecía necesario hablarnos casi todos los días!

—¡Iré a ver la lluvia de estrellas!

—¿Iras con tu familia?

Me puse de pie, esta vez no quise llevar mis anteojos puestos; Jonatán aún no sabía toda la verdad sobre mi verdadera identidad y el hematoma ya estaba desapareciendo de mi mejilla, solo era una mancha tenue color marrón.

—No. Iré con Jonatán.

—¿Jonatán?

—Sí. El muchacho que nos encontramos en la plaza el domingo. Ya te había dicho que saldría con él.

—¿Y solo irán ustedes dos?

Su pregunta me hizo sonreír. ¿Por qué tenía curiosidad? Me miré en el espejo por algunos segundos y me sentía demasiado bien. ¡Esta vez yo no lucía tan perra! Solo era yo.

—Solo iremos los dos. ¿Por qué?

Eran las seis de la tarde.

—¿Puedo ir contigo?

¿Cómo le dices a tu crush de toda la vida que ahora trabajas como escort y que tu cita de esta tarde es con un hombre al que le trabajaste? Qué claro, todo fue simplemente un rato de compañía inocente.  ¿Manuel sería capaz de entenderme?

¡Pero qué dilema el mío! A estos dos hombres les estaba mintiendo. Ninguno de ellos sabía lo que realmente había en mi corazón.

—Manuel, tú...

El golpe intenso a mi puerta me hizo tirar un perfume al suelo, todo se hizo fragmentos de cristal y el aroma me hizo perderme por algunos segundos. ¿Qué me estaba pasando?

—¿Está todo bien? —Preguntó Manuel.

Algo andaba mal. Lo podía presentir por el sonido y la intensidad de los golpes a mi puerta.

—Sí. Es solo que...

—¡Ivin! —La voz angustiada de Emilio me hizo abrir las pupilas de golpe.

—Manuel, ¿me puedes esperar tantito? Algo pasa con mi hermano.

—Sin problema.

—Ahorita regreso.

Dejé el celular sobre el sofá y corrí a abrir, los golpes de mi hermano eran muy insistentes. Abrí sin dudar y su cara me hizo sorprenderme. Su respiración estaba agitada y sus ojos parecían estar al borde la las lágrimas. ¡Algo andaba mal!

—¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Está todo bien?

—¡No! ¡Es papá!

—¿Que tiene papá?

—Mamá no puede ponerle una inyección y necesita el medicamento. ¡Ayúdala! Se está revelando mucho.

—¡Tranquilo! Todo estará bien.

Entonces corrimos hasta el cuarto de mis padres. Papá estaba sentado y su semblante era de enojo. ¡Otra escena de este tipo! La enfermedad lo había convertido en un niño pequeño, al que se le tenía que rogar para poder darle su medicamento.

—¿Qué pasa? —Pregunté en tono de voz autoritario.

Todos se giraron a mirarme.

—Papá no quiere que mamá le ponga su inyección —dijo Estefan.

¡De vuelta con esta dificultad! A papá le aterraban las agujas. ¡Malditas inyecciones! Tan solo la sensación de sentir como el piquete atraviesa la carne, el líquido entra al cuerpo y ese tacto tan invasor a su privacidad; eran cosas por las que las inyecciones no le agradaban ni en lo más mínimo. ¡Papá sufría! Y quizá me hacía falta mucha empatía para poder tratarlo de forma mejor.

SI PUDIERA SALVARNOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora