Parte 7

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Los hombres tenemos la mala costumbre de sonreír cuando el mundo se nos comienza a caer encima. Ahí estaba yo con cinco girasoles en la mano y una sonrisa estúpida en el rostro, esperando a que quien abriera la puerta terminara de matarme por dentro.

—¡Charly! ¡Hombre, cuánto tiempo! —Es Pepe y me quedo en shock. "¿Cuándo diablos regresó este de Madrid?" pienso con ira.

Agarro los girasoles con firmeza y, como si fueran una raqueta de tenis, le aviento un buen derechazo con toda la fuerza y desesperación que da esperar a la mujer de tu vida por tantos años para que siempre pase lo mismo. Parezco un loco golpeando a Pepe, dejando mi ira acumulada salir en cada puñetazo y él, en el suelo, intenta defenderse.

—¡Charly! ¡Charly! —repite Pepe sin saber qué pasa.

—Perdona —digo al percatarme de que he divagado con mis pensamientos intrusivos—. ¿Cómo estás? Pensé que estabas en Madrid —continúo, dándole un abrazo.

—Nada, que vine a ver si me arreglo con Laura. Una relación a distancia es difícil y casi lo dejamos hace tres días.

—Cuéntame de ti, ¿y esos girasoles?

—Son para Raúl —digo sin pensarlo.

—Uf, ya son seis años. ¿Ibas con Laura?

—No, mejor iré solo —respondo, recordando que Raúl está muerto y voy, como cada cuatro de julio, al cementerio.

La realidad me entristece: me percato de que el último novio de Laura fue Pepe, que después de eso no ha habido más, y he convertido a mi hermanastro en villano por una necesidad mezquina; porque no me atreví a aprovechar la distancia entre ella y su novio para luchar por la mujer que amo. Era más fácil culpar a Raúl, que no puede defenderse y al menos, hasta hoy, ha sido una buena excusa para tapar mi cobardía.

—Nada, bobo, que esa mujer me sigue gustando y no sé qué hacer —le cuento a Raúl después de poner los girasoles y un bote de helado de caramelo salado sobre su tumba. Sonrío y por esta vez soy consciente de que mi hermanastro no usará la información en mi contra.

Mis ojos en LauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora