No tenías ni la mínima idea de cómo escaparte de tu guardaespaldas... Pero la idea de salir por la ventana trasera del hotel... No te resultaba mala.
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Bokuto esperaba en una habitación de hotel que habías reservado, tal como lo había planificado. Los inhibidores habían perdido efecto una vez llegó al hotel.
Ya se había duchado y ahora solo esperaba, pero lentamente agonizaba. Ese maldito dolor que un celo provocaba se sentía más intenso de lo que recordaba.
Las lágrimas eran inevitables, empapaban su rostro y su cuerpo lo torturaba. Su piel estaba húmeda, como si esperara ansioso ser penetrado. Por más que intentaba autocomplacerse, no era suficiente. Necesitaba más. Su respiración era caliente y sentía como su interior gritaba por tenerte. Miró la hora, y ya era el momento en que deberías estar con él...
—Me duele demasiado —susurró, envolviéndose en las sábanas. Su piel estaba tan sensible que un roce lo hacía correrse y su cuerpo hervía como nunca antes—. ¿Por qué no viene? Tengo miedo...
Su mente se sumergió en el recuerdo de tus ojos, aquellos que, el día que lo marcaste, se habían transformado en una tormenta de ámbar rojizo, intensos y ardientes. No eran los ojos que conocía, los que mostraban una cálida profundidad, sino unos ojos encendidos por un deseo primitivo e incontrolable. Esa mirada había quedado grabada en su memoria, una mezcla de fascinación y terror que aún lo atormentaba.
Bokuto sentía cómo una oleada de emociones lo inundaba al pensar en esos ojos. Los deseaba con una intensidad que lo desconcertaba, anhelando el fuego que encendían en él, aunque al mismo tiempo los odiaba por el poder que tenían sobre su voluntad. Esa contradicción lo consumía, atrapándolo entre el anhelo y la repulsión, entre el deseo de ser abrazado y la necesidad de escapar. Sabía que enfrentarse a esos ojos de nuevo significaba revivir la pasión y el dolor que traían consigo, pero no podía evitar desear ese encuentro, aunque fuera solo una vez más.
—No quiero que vuelva a pasar —musitó, con un dolor que no solo era físico.
“Prometo que luego de mi graduación me iré... Me iré lejos, donde no pueda encontrarme”, pensó, pero solo el pensarlo hacía desearte más.
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Mientras tanto, tú estabas en una lucha constante con tus pensamientos y tu guardaespaldas. La ventana trasera del hotel parecía tu única salida. Finalmente, tomaste la decisión y te escabulliste, el corazón latiendo con fuerza mientras te deslizabas por la estrecha salida.
Llegaste al hotel y te dirigiste rápidamente hacia la habitación de Bokuto. Sentías una mezcla de nerviosismo y determinación.
Al entrar, el silencio era palpable, pero la densidad de las feromonas de Bokuto llenaba el aire, envolviéndote en una nube de deseo y ansiedad.
—Bokuto, soy yo —dijiste con voz baja pero clara, casi temblorosa.
Mientras avanzabas por la habitación, tus ojos notaron la ropa de Bokuto esparcida por el suelo. Su camisa, empapada en sudor, yacía cerca de la entrada. La recogiste con manos temblorosas, sabiendo lo que significaba: había llegado al límite de su control justo antes de sucumbir al celo.
Tus ojos comenzaron a cambiar, volviéndose de un ámbar rojizo, indicio de la excitación que empezaba a invadirte. Sabías que oler la prenda te volvería loca, pero no podías resistirte. Con un temblor en las manos, acercaste la camisa a tu nariz.
La primera inhalación te dejó sin aliento. Las feromonas de Bokuto, una mezcla embriagadora de cálido sándalo y dulce vainilla, te invadieron. Un escalofrío recorrió tu cuerpo, erizándote la piel, y tus orejas de ligre emergieron, signo de que estabas lista para el celo.
—Oh... —soltaste un gemido involuntario, mientras continuabas oliendo la prenda con una mezcla de desesperación y ansia.
La fragancia era intoxicante, cada inhalación profundizaba tu deseo y aumentaba tu necesidad de estar con él. En tu mente, la imagen de Bokuto se hacía más vívida: su cuerpo temblando de necesidad, su piel sensible y caliente, sus ojos suplicantes. La sola idea de él en ese estado te encendía más, alimentando el fuego que ya ardía dentro de ti.
—Kotaro... —murmuraste nuevamente, esta vez con un tono de desesperación y deseo.
Cada fibra de tu ser clamaba por él, y en ese momento, no había nada más en el mundo que desearas más que estar a su lado, aliviar su dolor y satisfacer su necesidad.
Justo cuando estabas a punto de liberar tu erección de los pantalones, apareció Bokuto, envuelto en una sábana que cubría su desnudez, con sus orejas de conejo visiblemente caídas y sumisas. Por un momento te preguntaste cómo sería tocar su suave cola, un detalle que no habías explorado aquella vez.
Te encontró inhalando profundamente su camisa, sintiendo una extraña mezcla de atracción y desesperación, como si su esencia impregnada en la prenda fuera lo único que te sostenía en ese instante.
—Tardaste mucho... —su voz era un susurro roto, sus ojos llorosos y el enrojecimiento en sus mejillas notable. —¿Por qué estás oliendo mi ropa? —preguntó, su voz un susurro lleno de confusión y deseo.
—Es... tu aroma —murmuraste, sintiendo tus mejillas arder—. Es tan... intoxicante.
Bokuto se estremeció al escuchar tus palabras. Su respiración se hizo más rápida y errática.
Entonces, cayó de rodillas, completamente extasiado.
—Me duele demasiado —repitió, su voz temblando.
—Estoy aquí ahora —susurraste, dejando la camisa a un lado y acercándote a él—. No voy a dejarte solo.
No pudiste seguir torturándolo de esa forma. Avanzaste y lo levantaste del suelo, sintiendo su cuerpo temblar contra el tuyo. Bokuto se aferró a ti, su respiración errática mientras intentaba calmarse. La respiración caliente en tu cuello te hacía sentir el latido rápido de su corazón. Observaste cómo su colita se movía apenas, inquieta.
—Prometiste que no me harías daño... —dijo, su voz apenas audible.
—Lo prometo —dijiste con firmeza—. Estoy aquí para cuidarte.
Lo llevaste a la cama, depositándolo con cuidado. La tensión en su cuerpo comenzó a relajarse un poco, aunque el dolor aún estaba presente. Sus ojos, ya no aquellos ojos que conocías, brillaban con un tono ámbar rojizo, reflejando el ardor de su necesidad.
Sabías que sería una noche larga, pero estabas dispuesta a hacer lo que fuera necesario para aliviar su sufrimiento. Tus propias feromonas, con su aroma a jengibre reminiscente del aroma de la lluvia, llenaron el aire, mezclándose con las suyas en una danza embriagadora.
—Voy a cuidarte, Bokuto —murmuraste mientras te inclinabas hacia él, tocando suavemente su rostro con tus dedos. Él se acurrucó más cerca, buscando tu calor y protección.
En ese momento, ambos estaban perdidos en la vorágine del deseo y la necesidad, una conexión que trascendía el dolor y el miedo, llevando a una intimidad que ambos anhelaban, aunque ninguno de los dos lo admitiera del todo.
Bokuto se recostó, dejando que tu aroma lo envolviera, sintiendo una calma que no había experimentado en mucho tiempo.
—Voy a quedarme contigo, Bokuto. No estás solo —repetiste, esperando que tus palabras fueran suficientes para darle algo de consuelo en medio de su tormento.
Él asintió débilmente, permitiendo que tu presencia comenzara a calmar la marea de su agonía. Mientras el olor a jengibre y sándalo se entrelazaba en la habitación, sentiste que, quizás, esta noche podría ser el comienzo de algo nuevo entre ambos, una oportunidad para sanar y reconstruir lo que se había roto.
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UN DULCE OMEGA (OMEGAVERSE BOKUTO)
Fanfiction_____ Nashimura siempre había evitado sus responsabilidades como heredera desde que tuvo conocimiento de ellas. Mientras que otros podrían anhelar dinero, riquezas y belleza, para Nashimura, estas posesiones carecían de emoción. Aunque sus padres la...