Capítulo 5

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Someone you loved - Lewis Capaldi

Amber

Es domingo y de noche. Estoy sentada frente al escritorio de mi habitación mirando el calendario. Faltan tres días para la fecha indicada con bolígrafo rojo. Se me encoge el corazón al pensar en ello. Por muchos años que hayan pasado, nunca he superado esa fecha, y me pregunto si en algún momento lo haré. Aparto ese pensamiento de mi mente a la vez que me levanto de mi escritorio. Mi madre no está en casa, ha salido con su nuevo novio, aunque seguro que, como siempre, se cansará de él en una semana y buscará a otro. Ya no me molesto en aprenderme sus nombres. Salgo de mi habitación y doy un paseo por mi casa. Está todo en silencio, pero no es incómodo, para mí es...paz. Mi madre y yo vivimos en una casa grande y abierta. No me puedo quejar. Mi madre trabajaba como abogada, pero lo dejó a los 35 cuando se divorció de mi padre tras ocho años casados, aunque nunca me dijo el por qué de nada. A ella no le importó mucho renunciar a su trabajo, ya que durante los años que llevaba trabajando, había ahorrado el dinero suficiente como para poder vivir de él lo que le quedaba de vida. Si contaba, claro está, con una sola persona: ella. Mi madre está deseando que me largue de casa para poder comenzar a vivir y pensar en ella solamente. Y aún siendo mi madre, lo único que sé sobre su vida es que solo ha ido a un juicio sin ser la abogada de nadie, y fue al de su divorcio y el tema de mi custodia compartida. No sé nada a cerca de mi padre, no sé si luchó por mí, tampoco recuerdo su cara ni su voz, ya que tenía tres años cuando todo esto ocurrió, y mi madre nunca me habla de él. Pero mi abuela, Grace, sí que me dijo algo. Me dijo que se llamaba Andrew, pero no concretó nada más. Y no podía averiguar su físico porque yo había salido exactamente igual que mi madre.

Suspiro al llegar al salón y me siento en el sofá. Recordar a mi abuela Grace no es fácil. Ella ha sido el único familiar que alguna vez se ha preocupado por mí. Ella me quería con locura. Lo sabía por la manera en la que me miraba, me hablaba, me sonreía y me mimaba. Grace fue la que me ayudó en el proceso del divorcio de mis padres. Todavía recuerdo la primera vez que lloré delante de ella. Ha sido la primera y la última persona que me ha visto derramar una lágrima. Lo recuerdo todo.

<<Mamá estaba tardando en venir. Llevaba unas semanas rara, diferente. Volvía tarde y se dormía con la ropa que se había puesto al salir. Se despertaba con un dolor de cabeza horrible y lo pagaba conmigo. No entendía que pasaba, pero me dolía verla así. Ese día decidí ayudarla, así que fui hasta su cama y la esperé sentada, con la luz de la mesita encendida. Llevaba una hora esperando despierta cuando mis ojos comenzaron a cerrarse, y el sueño me pudo. No sé cuánto tiempo estuve dormida, pero me desperté sobresaltada. Abrí los ojos como platos y me incorporé de golpe al ver a mi madre enfrente mía. Sus ojos destilaban odio y olía muy fuerte a algo que no sabía identificar. Miré a mi alrededor desorientada. Seguía siendo de noche y estaba todo oscuro, pero recordé todo lo que había pasado. Me había despertado por un golpe. Miré al suelo y vi un montón de cristales rotos de lo que parecía que había sido una botella. No me dio tiempo a pensar en nada más antes de que mi madre me empujara con todas sus fuerzas y mi cabeza se golpeara contra el cabecero de la cama. Se me nubló la vista inmediatamente, pero yo seguí inexpresiva, no entendía nada. Escuché a mi madre decir:

- Maldita mocosa. ¿Qué demonios haces en esa cama? Lo único que consigues hacer es recordarme que tu padre se fue.- se quitó el bolso y lo lanzó a la otra punta de la habitación- Puede que por fuera te parezcas a mí, pero te diré una cosa, Amber -se me acercó peligrosamente hasta que su cara estuvo a unos pocos centímetros. Yo, por mi parte, me quedé quieta, tal y como estaba. Por primera vez sentí miedo de mi madre. La persona a la que le habría confiado mi vida, la misma que tenía delante, acababa de herirme sin ningún remordimiento. Levantó el dedo índice y me presionó el centro del pecho con él- Por dentro, eres idéntica a él. Si no fuera por mí, no tendrías a nadie.

Pensé en la abuela Grace. Ella sí me quería. Mi madre pareció leerme la mente, porque continuó:

- Nadie es eterno, Amber. Mi madre morirá tarde o temprano. Espero que sea entonces cuando madures de una vez. No eres más que una cría.

Me cogió del brazo y me sacó de la habitación, dejándome en el pasillo. No fue hasta un rato después que me atreví a ir a mi habitación. Esa noche dormí entre lágrimas, reviviendo una y otra vez lo que había pasado.

A la mañana siguiente, como todos los días, salí de mi casa. Aunque tenía ocho años recién cumplidos, ya iba y venía sola del colegio todas las semanas. Sin embargo, esa mañana tomé un desvío que necesitaba con toda mi alma. Al llegar a casa de mi abuela Grace, no me lo pensé dos veces a la hora de llamar a su puerta. Cuando ya pensaba que nadie iba a abrir, Grace apareció en la puerta. Me miró asombrada.

-Amber, cielo. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías...?

No la dejé terminar, porque me abalancé a sus brazos y lloré todo lo que no había soltado la noche anterior. Grace me hizo pasar a su salón, y se sentó a mi lado. Me pasó un brazo por encima de los hombros y me atrajo hacia ella, pero cuando emití un doloroso sollozo, se apartó inmediatamente. Entonces vi como comprendía todo. Bajó la vista a mi brazo magullado y lleno de moratones.

-Amber... -me miró a los ojos y me sonrió con ternura- Vamos a curar eso, ¿vale?

Más tarde, me encontraba en el baño de mi abuela mientras ella se encargaba de las heridas de mi brazo. Algunos moratones seguían siendo visibles, pero me aseguró que me pondría una crema para taparlos. La miré mientras trabajaba en curar mis heridas. Y solo se me vino a la mente una palabra: refugio. En ese momento comencé a sospechar que Grace se convertiría en mi lugar seguro durante una larga temporada.

Acordé con la abuela que me quedaría en su casa hasta que tuviera que volver a la mía. Le conté todo lo que había pasado la noche anterior, y ella me aseguró que se encargaría de hablar con mi madre.

Unas horas después, llegué a mi casa. La abuela me había dicho que actuará con normalidad, y ella ya se encargaría de lo demás. Por supuesto no sirvió de nada. Grace habló con mi madre, y lo único que conseguimos fue cabrearla más. Todas las noches volvía tarde y lo pagaba conmigo. A la mañana siguiente, la abuela me tapaba las heridas para que pudiera ir al colegio y no sospecharan. Grace me cuidó todos esos días horribles en los que me dolía hasta el corazón. Porque ella no solo curaba lo que se veía. Ella curaba mis heridas, tanto por dentro como por fuera. >>

Así pasaron meses de un dolor constante. No había manera de que mi madre me perdonara un día. Y todo porque le recordaba a mi padre. Me pregunto que pasó entre ellos. Ya no siento tristeza ni dolor. Siento desconcierto. Nadie me ha hablado nunca de su historia juntos, así que no puedo justificar nada. Al menos, mi madre dejó de herirme cuando comencé a crecer y madurar. Sabía que se arriesgaba mucho. Yo cada vez tenía más consciencia de que lo que me hacía mi madre no era justo. Y ella también se dio cuenta. 

En ese momento, la escucho entrar a mi casa, tirando las llaves al mueble de la entrada.

- ¿Amber?¿Dónde estás, niña?¡La cena no se prepara sola! 

Suspiro. Vuelve a estar bajo efectos del alcohol. Pero me conformo con ver que viene sola. Otras veces se ha traído a sus nuevos ligues y eran unos sinvergüenzas. Finalmente, dejo de resistirme y decido acatar sus órdenes. Es lo mejor para las dos.

Tentando a la suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora