Omega.

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Jake despertó confundido y desorientado.  Recordaba haberse sentido mal, un dolor que parecía consumirlo desde adentro, y luego... un vacío negro. Cerró los ojos, tratando de ordenar sus pensamientos, y vagamente percibió aromas familiares, aunque no estaba seguro de si eran reales o productos de su mente confusa.

Lo primero que notó al abrir los ojos fue la blancura de la habitación. Todo era increíblemente blanco, desde las paredes hasta la ropa de cama. Para alguien como Jake, que adoraba los colores vivos y los espacios llenos de vida, esta esterilidad le resultaba repugnante. El lugar tenía ese olor característico a desinfectante, una mezcla de productos de limpieza que impregnaba el aire, envolviéndolo en una sensación de frialdad clínica que le hacía sentir aún más aislado y vulnerable.

La habitación de hospital era sencilla y funcional, con una cama ajustable, un monitor que parpadeaba con sus constantes vitales, y un par de sillas en la esquina. El silencio solo era interrumpido por el suave pitido del monitor y el ocasional zumbido de la ventilación. Trató de incorporarse, sintiendo sus músculos entumecidos y débiles. 

A su derecha, una pequeña ventana dejaba entrar un rayo de sol que iluminaba tenuemente la habitación, creando un contraste casi irónico con la frialdad general del entorno. La inquietud persistía. Se preguntaba cuánto tiempo había pasado desde que perdió la consciencia y qué le había sucedido realmente. La soledad de la habitación acentuaba su ansiedad

Algo en su interior se removió al pensar en su soledad. Debería estar con sus compañeros, no aquí, rodeado de máquinas y frialdad. La ausencia de sus amigos, de su energía vibrante, hacía que la habitación se sintiera aún más desolada. Cada segundo que pasaba en aquel lugar le parecía una eternidad, y la incertidumbre sobre su estado y el motivo por el que estaba allí no hacía más que incrementar su angustia.

De repente, la puerta se abrió y entró un doctor de aspecto gentil. Tenía el cabello canoso y ojos amables detrás de unas gafas redondas. Su presencia era reconfortante, una figura casi paternal en medio de la clínica frialdad. Sonrió al ver que Jake estaba despierto, irradiando una calma que contrastaba con la tensión que sentía.

—Hola, Jake. ¿Cómo te sientes? —preguntó el doctor, acercándose a su cama con pasos tranquilos y seguros.

El castaño intentó hablar, pero su garganta estaba seca, como si no hubiera bebido en días. Se aclaró la voz antes de responder, su voz saliendo en un susurro ronco.

—Confundido... ¿Dónde estoy?

—Estás en el hospital. Te desmayaste y tus compañeros te trajeron aquí —explicó el doctor mientras revisaba sus signos vitales en el monitor, su mirada atenta y profesional. Con movimientos hábiles, retiró la sonda intravenosa que  ni siquiera había notado hasta ese momento, la aguja deslizándose suavemente fuera de su piel.

Jake parpadeó, tratando de asimilar la información. Para ser sinceros, se sentía un poco drogado. Jamás había probado drogas, pero imaginaba que esta sensación de aturdimiento y ligera euforia debía ser similar. La habitación parecía moverse a su alrededor en un baile lento y distorsionado.

La luz parecía demasiado fuerte para sus ojos, que aún se adaptaban, forzándolos a entrecerrarse. La tela de las sábanas era demasiado rígida para llegar a ser cómoda, raspando contra su piel con cada movimiento. Creía poder escuchar el ruido de personas a metros de distancia en el pasillo, todo amplificado en su mente en un murmullo constante y confuso. Sin embargo, lo que más le molestaba era una extraña picazón en su nariz; tantos aromas diferentes lo mareaban, cada olor mezclándose en un cóctel abrumador de desinfectantes, medicinas y algo más, algo que le resultaba vagamente familiar y perturbador a la vez.

Attention, please! ᴶᵃᵏᵉ⁻ᶜᵉⁿᵗʳⁱᶜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora