CAPÍTULO 03

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Sentí una mano cálida y suave sobre mi rostro. Al abrir los ojos me encontré con una joven de mirada compasiva y decidida, su rostro iluminado por una luz cegadora que me invadió por completo.
La camilla del hospital me resultaba un tanto incómoda e intenté levantarme de ella sin éxito.
Cristina, la que en ese entonces se podía denominar cómo mi madrastra, se fue rápidamente sin nombrar palabra alguna dejando tras ella un completo silencio acogedor pero solitario.

¿Cómo había acabado allí? —Me pregunté a mí misma tratando de encontrar una respuesta.

Me quedé dormida al poco rato y cuando abrí los ojos de nuevo percibí el ambiente nocturno que había, el cielo estaba oscuro, las luces apagadas, se escuchaban algunos grillos a lo lejos. El hospital, en la quietud de la noche parecía un lugar ajeno al tiempo amplificando mí sensación de soledad y vulnerabilidad.

Después de un rato, pude observar cómo la puerta se abría lentamente como si la persona que estuviese a punto de entrar no debiera estar ahí. La oscuridad que había lograba oscurecer todo su cuerpo.

—¿Quién eres? —pregunté desafiante.

—Tu lo sabes muy bien preciosa.

—No, otra vez no. Como des un paso más te juro que…

—¿Qué? ¿Qué piensas hacerme niñata?

—Te juro que te destrozaré la vida poco a poco como tu has estado haciendo con la mía todo este tiempo. No, lo haré mil veces peor para que sufras y te des cuenta de lo que es que me haya tocado tener como padre a un loco degenerado que solo sabe maltratar a la gente porque necesita dañar y hacer sentir mal a los demás para sentirse bien. Y así entenderás lo que duele todo lo que me has estado haciendo.

Un silencio absoluto invadió la sala del hospital. A pesar de la oscuridad que nos rodeaba puede ver su rostro. Un rostro que nunca antes había visto en él. Parecía como si algo se hubiera roto dentro de él.

Inconscientemente derramé una lágrima. Nadie podría imaginarse la cantidad de cosas que se me estaban pasando por la cabeza en ese instante, pero de todas ellas, no dije ninguna.

Mi padre comenzó a llorar también. Su llanto, lejos de generar compasión, me hizo sentir una profunda repulsión y satisfacción.

—¿Por qué me haces esto padre? se supone que yo soy la víctima. ¿Por qué lloras? No deberías llorar. ¡Soy yo la que ha estado sufriendo y aguantando durante toda mi vida! ¿Acaso importa lo que yo sienta? Nunca te importó ni nunca te importara. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tratas de actuar como si nada hubiera sucedido? ¿por qué? ¿por qué a mí?.

Tras un par de minutos y, al ver que no respondía, continúe.

—Desde el primer momento en el que te vi supe que nada iba a salir bien, no, en realidad estaba feliz, feliz porque pensaba que tendría una familia alegre, una normal, de las que quieren y cuidan a sus hijos o de las que tienen dos padres que se aman. Pero no, al tiempo me di cuenta de que nunca sería así. Me di cuenta de que el dolor que sientes te va carcomiendo con el tiempo y la única forma que tienes de que no sea así es haciendo sufrir a una persona que no merece absolutamente nada de lo que le ha sucedido.

Quise continuar y dejarle las cosas claras pero las palabras no me salieron de la boca. No puede hacer otra cosa más que dejar que el silencio actuará por su cuenta.

Después de la última vez que hable con papá, sabe que no debe volver. Los dos lo sabemos. Ambos entendíamos que algo hemos hecho mal para que todo ocurriera de esa forma. Y también los dos sabemos que habría acabado pasando en cualquier momento.

La puerta de la sala del hospital volvió a abrirse de nuevo. Esta vez no era papá. Mi madrastra entró a la habitación llorando desesperadamente, ella quería decirme algo, algo muy importante, pero el médico nos interrumpió. La urgencia en sus ojos me indicó que algo no andaba bien.

Después del último chequeo volví a casa. No había visto a papá desde esa vez y tampoco me apetecía.

—Tengo que contarte algo…Tu padre ya no estará más con nosotras —Dijo de repente mi madrastra en el coche camino a casa, sus ojos estaban vidriosos.

—¿Qué ha sucedido?

—Se ha suicidado, lo siento, lo siento mucho, no pude hacer nada para evitarlo -Dijo entre dolorosos llantos y culpandose de la situación.

El silencio nos invadió a las dos y sin poder evitarlo una lágrima salió de mis ojos. En aquel instante podría haber supuesto que eran de felicidad pero con el paso del tiempo me percaté de que a pesar de todo lo que sucediera él seguía siendo mí padre.

Por fin era libre, libre de sus ataduras, de sus maltratos, libre de poder irme a dónde quisiera sin tener el miedo constante de que me siga o de que me encuentre y sin que me haga sufrir de nuevo.

¿Y así es como reacciono? ¿Acaso no era lo que siempre había querido?. Él quiso acabar con su vida como yo muchas otras veces había querido.

Los sollozos invadieron de nuevo el lugar.

Mi padre era una persona horrible, no, él era un monstruo y aún que se supone que todos ellos deben ser castigados con la muerte, el destino no puede elegir tu castigo correctamente, porque el único que sabe que es lo que realmente merece es uno mismo. Y él quiso que su siguiente paso hacia delante fuese que hubiese un barranco y cayera en picado a si que respeto su decisión.

Esa noche me quedé en la cama con la mirada perdida, durante unos segundos agarré mis muñecas con anhelo y reflexioné sobre la conversación que habíamos tenido en el hospital, analizando cada detalle, cada indicio y cada sentimiento del lugar.

No dormí durante toda la noche y desperté con los párpados caídos cómo consecuencia del insomnio.

Hablando con Cristina en el desayuno me comentó que había estado en aquél hospital durante poco más de un mes y pude sentir cómo mi mente explotaba dentro de mí incapaz de procesar esa información ya que, a mí parecer, apenas habían sido unos segundos.

Heridas de fuego {En Proceso}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora